Sueños rotos

Sueño con mi rostro contra la pared , con una soga negra  apretando mi cuello, desorbitando mis ojos, vaciando la laguna de la ilusión que llenaste cierta vez con cada una de tus sonrisas. No, no puedo. La lengua, extirpada, medio caída por la presión, saborea la amargura de un campo árido. Siempre sin la posibilidad de sembrar ningún perdón, pero con mil arrepentimientos preparados para el cultivo. Desangro atardeceres con el mismo despecho de una navaja ante la bajada de la marea , sin posibilidad de recompensa. Tampoco merece la pena. Sueño con la expiración,  mientras el último suspiro clama tu nombre alentando lo que podrá llegar a ser: el eterno  silencio en mi, quizá en ti, y el murmullo de ellos.

Buscando el final

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No esperéis demasiado de la vida, mucho menos de la gente; ¿lo de trabajarlo? Una frase más al estilo Mr. Wonderful para novatos que emprenden la existencia sin haber catado un poco de la sal en la yaga. Y, ¿entonces? No somos más que un poema longevo, abierto, con la indecisión de la última palabra que finiquite el verso de la vida. Y ahí, solo con ese punto, quizá llegues a la conclusión de comprobar si valió o no la pena. En cualquier caso, el camino puede ser enriquecedor para los que poseen el don de la lucha. Para los otros, los vencidos e intoxicados por aquello de haber recibido un escupitajo en la sopa, carente de estrellas, quizá sea más que un camino de polvo sobre más polvo, donde la esencia de la humanidad, se resume en un combate de egos: insípido, cansino y detestable. Lo justo y necesario para pedir el punto final.

Desidia

Hace tiempo que decidí pasar; pasar de las bifurcaciones que llevan a laberintos. Pasar de los colores más oscuros del pantone y emperifollarme con los tonos pasteles; pasar de los chistes rancios que dejan moralejas avinagradas; pasar de los cantos de sirena, de la labia del vendedor de aspiradores y recetas milagrosas de la Thermomix. Hace tiempo que decidí seguir el rumbo sin mapa; nada de fichas de personaje, tan sólo con la cafeína de las seis de la mañana que dicta el ritmo de un día menos (lo de la medida del paso siempre me pareció una chorrada). Hace tiempo que soy indígena en mi propia historia, verdugo de mis propios sueños, enfermero de suspiros. Hace tiempo que decidí ser vagabundo y, a pesar de la contracorriente del viento y el denso flequillo de mi pelo, soy dueño de mi rumbo y desgracias; de las pupas que dibujan en mi costillar el despecho de un soñador que nota la sal en la profundidad de las heridas que provocan los fines de semana de infarto y desidia. Y, a pesar de todo, vomito la poca poesía que queda en mi interior en frases lapidarias como el sonido tónico en la palabra fin.

 

La indecisión del domingo

Imagen: JVico

Los domingos me recuerdan que la inmortalidad no existe, que sólo somos carne batida por el tiempo; que los sueños, esponjosos, no son más que el combustible que te hace pasar las hojas del calendario. Que el amor, desterrado a veces a la monocromía, no es más que la colección perdida de unas caricias que ya no recuerdan las curvas del deseo; que los besos, los que nunca nacen y quedan en las comisuras de los labios de uno mismo, son la lección importante del temario que suspendes por no haber hecho los deberes correctamente. Y, a pesar de todo, el último día de la semana, no es más que ese punto de partida que, nuevamente, indeciso, duda en si seguir o restar. En cualquier caso, jamás dejes la decisión de un lamento en lo hondo de una copa.