La fragancia

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Me llevaste de la mano al firmamento; a poder tocar con las yemas las nubes, a sonreír al vacío, y luego mirarte de nuevo; a cerrar los ojos e imaginar que de verdad me amas,  que no existe ninguna frontera a nuestra pasión. Me enseñaste a saltar la barrera de mis miedos, a pegar patadas marciales a los que mordisquean mis sueños. Me llevaste de la mano para enseñarme todo eso, y  al final no pude decírtelo, pero sé que lo viste dibujado en mi cara. El amor es una fragancia duradera.

Adiós

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Recuerda mi última mirada, esa que destenía cariño y amor por cada centímetro de tu boca; haz memoria cuando te sientas neutra, yo ya no podré hacerlo por ti. Hoy mis ojos empiezan a grabar una nueva escena, lejos de esa isla tan complicada que es tu cuerpo.

Los ángeles no tienen sexo

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Ha pasado mucho tiempo pero lo recuerdo a la perfección: seis de marzo de mil novecientos ochenta y cinco; diez de la mañana, ingreso en maternidad. Al fin, tras nueve meses llenos de dolores y placer, iba a ver tu cara, la de mi bebé. Te esperaba con mucha expectación, porque jamás me dijeron tu sexo. Bueno, no es cierto del todo. Las vecinas mayores de la calle me hicieron un juego de esos extraños en los que te aseguran si vas a tener un niño o una niña: las tijeras cada vez decían una cosa. Lo peor fue buscarte un nombre. Tardamos en ponernos de acuerdo, pero al final lo hicimos: Lucía en caso de ser chica y Vicente si al final eras chico.

¿Sabes? Fue muy emocionante descolgar el teléfono y llamar a tu padre al trabajo. Aún recuerdo lo nerviosa que se puso la recepcionista al decirle que estaba de parto y que le necesitaba a mi lado. No tardó en llegar a casa, y con su flamante  Seat 127 me bajó a todo gas hasta el hospital. Todavía logro sonreír al recordarlo: «¿Ha roto aguas?», preguntó la enfermera del mostrador. Entonces tu padre, con el humor que tanto le caracteriza le dijo: «¡El Sichar al completo!».

Cuando me hicieron pasar al paritorio se convirtió en algo muy duro. Sentía tus ganas por salir y encontrarte con nosotros. Estaba agotada, y tu papá se mostraba más nervioso que yo. Era gracioso contemplar a las enfermeras intentando calmarlo. «Tranquilo, todo irá bien», le escuché decir a una de ellas. Y todo iba fenomenal hasta que empecé a  empujar. Perdí la conexión contigo y desfallecí. Saliste de mi vientre sin llegar a percibir la luz. No me hizo falta ver al ginecólogo para saber que no iba a poder disfrutar de ti. Sus palabras tampoco me sirvieron de consuelo, poco antes noté que te marchabas de mi lado para siempre.

Por eso cada seis de marzo lo celebro con nostalgia y resignación. Porque me lo diste todo sin haber pasado  el tiempo que deberíamos haber tenido para nosotros dos. Porque aunque tu destino no estaba escrito a mi lado, me enseñaste a sentir y a vivir como una madre primeriza. Mis lágrimas así lo aseguran todas las primaveras al recordar tu rosada y pequeña cara angelical. Nunca me cansaré de clamar al cielo por ti. Los años pasan pero una madre no olvida. Algún día sé que marcharé para estar a tu lado, y entonces te arroparé con mis brazos. Te cantaré la misma nana que escucharon tus hermanos: «run, run, run, mi bebé mira al sol; run, run, run cantaremos tú y yo»,  luego te besaré. «Mamá te quiere», nunca lo olvides.

Explorando a Venus

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Llevaba ya rato con sensación de calor. Sus manos eran cómplices de su pensamiento. A su vez, se convertían en las únicas peregrinas de su propio Monte de Venus. El recuerdo de los brazos de Carlos, abrazándola con delicadeza, promovía la excitación que había empezado a experimentar sola, en la cama.

Era su fantasía, mandaba ella. Le ordenó que la besara, y él lo hizo. Paseó la lengua por su oreja y la deslizó poco a poco por el cuello hasta la yugular. Allí la mujer se convirtió en un apetitoso bocado vampírico. Carlos la mordisqueó. No le dolió. Lo único que consiguió fue que su pulso se acelerara. De su boca empezaron a salir pequeños gemidos de placer: “Sigue…”. Ante su nuevo mandato, el hombre se deshizo de la única tela que cubría la Serranía de la Felicidad. Aparecieron dos esbeltos pechos.

En uno de ellos había una marca, un bonito lunar. Él lo tuvo claro, iba a intentar borrarlo con la lengua. Fue tal el empeño que puso, que no tardó en coronar las cimas: dos pezones erectos donde plantó la bandera de “tierra conquistada”.

Ahora ya no mandaba ella. Lo dejó a su aire. Sabía que él se apañaría bien con la exploración, lo estaba demostrando. Decidió seguir descendiendo. La humedad de sus besos se hizo evidente, cada paso que daba servía pare reblandecer el terreno. Llegó al punto prohibido. Venus se veía de cerca, pero aún debía pasar la frontera. Entonces se vio indeciso. La miró a los ojos buscando permiso. La sonrisa de la mujer fue la encargada de timbrar el pasaporte, su lengua tenía derecho de paso, y no se lo pensó. Cruzó. Se adentró en lo más recóndito de ese nuevo mundo. Ella se estremeció, no pudo controlarse. Pronto la lengua encontró un río fluvial distinto al suyo. Su viaje terminó, al fin llegó al centro de Venus.

Cuando abrió los ojos, la cabeza del hombre ya no estaba entre sus piernas. Se dio cuenta de que lo único que había explorado su cuerpo habían sido sus propias manos. La fantasía se esfumó. No importaba, había disfrutado del premio que Carlos había conseguido para ella. “Le debo un café…”, dijo mientras reía tumbada sobre la cama sorprendida por su caliente imaginación.

Feliz Día del Libro 2020

Jueves, 23 de abril de 2020. Sin lugar a dudas, un día extraño. Para los que nos dedicamos al mundo de las letras hoy es un día especial: el Día del Libro. En circunstancias normales, habríamos cumplido con una bonita jornada rodeada de librerías, libros, lectores y firma de ejemplares; pero como a Sabina, a nosotros también nos han robado el mes de abril. En cualquier caso, el mundo editorial y los escritores nos hemos adaptado a estos tiempos. La tecnología nos permite acercarnos de un modo diferente a vosotros, así que, si sois asiduos a las redes sociales, a lo largo del día os toparéis con gente del gremio presentando online sus últimas novedades. En mi caso, me he permitido grabar dos vídeos, cada uno de ellos con una de mis novelas. He seleccionado «Pídeme no morir» y «Génesis«, dos historias cortitas pero intensas, ideales para estos tiempos de confinamiento.


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Podéis encontrar información de todos mis libros y colaboraciones visitando mi blog: www.xavivi.es

¡ FELICES LECTURAS!

 

 

Versándonos la boca

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Empecé un poema al que pronto se unieron tus versos. A partir de la segunda estrofa perdimos la métrica: la rima fue dictada por nuestras lenguas.

Mendigo de palabras

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Me da pereza tener que rebuscar en contenedores repletos de órganos, en teoría vivos, el sentimiento  de complicidad que florece en las letras. Me da pereza, y no por el hecho de entablar diálogo, que ya me cuesta, sino más bien por la indiferencia que me hace sentir un diminuto buscando algo enorme. Y no es así, sé que estoy listo, pero nadie se presta a escuchar, ni a leer, lo que tengo preparado para el mundo. Así me convertí en un mendigo de palabras, que lo intentó en su momento pero se cansó. Ahora suelo viajar en solitario, con la libreta bajo el sobaco,  acampando de parque en parque para escribir lo que la vida me dicta. Lo demás me da lo mismo, mientras ella me sonría.

Autores confinados en COPE MÁS Castellón

Ayer, en el inicio de una semana muy especial para el libro, Antín Teruel me invitó a participar en el programa «Herrera y Mediodía COPE Más Castellón con Raúl Puchol»,  para hablar sobre mi situación actual como «escritor confinado». Desde aquí quiero agradecer a la emisora por su apoyo a la cultura, más si cabe, en tiempos extraños como los que estamos viviendo.

 

Amarte en blanco y negro

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Me gusta amarte en blanco y negro, descubrir esa nostalgia que siempre me ha ayudado a desearte en secreto, disfrazado por la cotidianidad del ir y venir ante tus ojos; pensar que tú no lo sabes y me sigues regalando esa sonrisa eterna en bicromía, anclada en ese mismo pasado en el que los cigarrillos permanecían en los labios, con la única intención de seducir, así, sin más, sin ningún bolero de por medio; me gusta amarte en blanco y negro, y por lo menos saber que nuestra historia, la mía más bien, a quién quiero engañar, siempre será como aquella delicada pero complicada película de los años treinta, con un beso final que habré convertido en una ficción monocromática.