Todavía recuerdo aquella frase que me dijo mi difunto abuelo cuando yo era un niño: “La libertad es el fruto del diálogo entre personas coherentes. Para lograr la independencia usa a tu mejor aliada, la lengua.”.
Lo intenté, pero de nada sirvieron las palabras. Mi madre no quiso ver que ya era demasiado mayor para llevar aquella absurda rebeca de color azul. Mi autonomía y el sentido del ridículo quedaron entredicho, por lo que tuvieron que esperar una nueva oportunidad.