Las aventuras de «El Capitán Nuez»

Os voy a contar una historia. Si os digo que el personaje tiene una barba larga, pendientes en ambas orejas, un parche negro en el ojo y un sable muy afilado, ¿sabríais decirme de quién hablo?… habéis acertado. Es la historia de un pirata. Pero no de uno cualquiera. Os voy a relatar la aventura del temido Capitán Nuez. ¿Qué por qué le llamaban así? Dicen que era un hombre tan enorme y duro, que se comía las nueces con cáscara.

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  El Capitán Nuez fue el corsario más temido de los mares. Sus importantes saqueos se conocieron por todos los lugares de Europa. Los principales reinos pusieron precio a su cabeza, pero ¿sabéis qué se decía de él? Que su horrible cara daba tanto miedo que ningún otro pirata osaba a ponerse en su camino. Se cuenta que el último hombre que intentó detenerlo, pagó muy caro el atrevimiento: le arrancó los ojos para jugar a las canicas. Luego fue pasto de los tiburones. Porque dicen también que esa era su distracción: ver desfilar a sus adversarios por la pasarela.

  Pero todas esas habladurías se dieron mucho antes de que el terrible pirata entristeciera. Sí, puede parecer ridículo que un hombre de sus características cayera enfermo de pena, pero lo hizo. No soportó ver a Azor, su inseparable y mejor amigo perder la voz. Azor siempre fue un loro guasón y divertido. Al Capitán Nuez le encantaba el estribillo de la canción que solía canturrear el pájaro: «…con la botella de ron bailaremos al son». Le puso ese nombre porque lo encontró en una isla cercana a las Azores. Desde ese día, la suerte siempre sonrió al barco La Dorada y a su Capitán. Cuando el loro dejó de hablar, el Capitán se encerró en su camarote muy apenado. La alegría que se solía vivirse a bordo, se esfumó. Fueron meses y meses de angustia, en el que perdieron mucho más de lo que ganaron. El nombre del temido pirata quedó en el olvido.

  Cierto día en uno de los puertos en los que habían atracado para reponer víveres, un hombre se burló de su loro.

  —¿Pero habéis visto qué pajarraco más feo? —dijo con mofa.

El hombre que se guaseó exhibía en su hombro izquierdo un loro mucho más joven, con plumas más coloridas que las de Azor. El plumífero amigo del capitán escondió su cabeza bajo las alas.

  —Encima de feo, no habla —volvió a decir con ironía el extraño.

Al Capitán Nuez no le sentó bien que ridiculizaran a su mascota, pero en vez de presentarse como el pirata más sanguinario de todos los tiempos y rendir cuentas con el bocazas, se limitó a callarse y marcharse del lugar.

—Capitán, no podemos permitir que hablen mal de Azor —dijo un joven grumete de su tripulación.

—¿Sabes, muchacho? Hay ciertas lenguas que caen por su propia «mala baba», y esta es una de ellas. No vale la pena desgastar mi sable por culpa de un necio.

Embarcaron todos, menos el Capitán. Se adentró en el pueblo buscando algún mercader que comerciara con animales. Necesitaba respuestas, quería saber qué le estaba ocurriendo a su buen amigo.

Vio a un hombre de color negro, rodeado de jaulas y que vendía animales exóticos. Se acercó hasta él.

—¿Sabes qué le puede pasar a mi loro? —preguntó desesperado.

El comerciante vio al loro muy afligido. Le dio un trozo de manzana, y aunque lo cogió con el pico, no comió.

—Es la tristeza, amigo —le dijo el mercader.

—¿Y eso cómo se cura? —preguntó el Capitán.

El pirata podía saber mucho de batallas, de luchas en mar abierto, pero el hombre comprobó que apenas entendía sobre la vida. Al Capitán Nuez sólo le preocupó ser el pirata más temido y acumular botines de oro. Pero esa fortuna no le servía para curar a Azor.

—En el Paraíso. Allí se curan todas las penas.

—¿Dónde está? —quiso saber el Capitán Nuez.

El hombre sacó un mapa. Indicó un sitio con el dedo.

—Más allá de la línea que marca el final. Cruzando las aguas que nadie se atreve a navegar, infestadas por enormes bestias marinas. En el fin del mundo, allí comienza el verdadero Paraíso.

Regresó a La Dorada con una idea en su cabeza: «Le devolveré la felicidad a Azor», dijo mostrando la primera sonrisa en meses.

Mandó reunir a todos sus hombres en la cubierta. Permanecieron en silencio, frente a él. Subió hasta lo más alto del barco, allí donde los capitanes manejan el timón. Habló alto y con voz ronca.

—Amigos. A partir de ahora nos embarcarnos en una nueva aventura. Quizá sea la batalla más importante a la que jamás haremos frente. No me preguntéis por el tesoro, pues no lo hay —se calló y el resto de piratas cuchichearon—. ¡Silencio! —ordenó—. En este viaje sólo pretendo encontrar la cura para nuestro amigo Azor, y eso está rumbo al oeste, hacía la línea marcada por el infinito —señaló con el brazo hacia el horizonte.

La tripulación se ruborizó. Sabían que ese lugar estaba maldito. Los barcos que cruzaban la línea, jamás regresaban.

—Capitán, dicen que ahí vive el mismísimo Diablo. Que sus mascotas son enormes monstruos que se alimentan de los navíos que se atreven a navegar en esas condenadas aguas —dijo uno de los corsarios.

—¿Y qué se supone que somos nosotros? —gritó exaltado el Capitán—. Somos las bestias de las aguas que todo el mundo conoce. Somos los más temidos, los que plantaron cara a los barcos de guerra de los Reinos de Inglaterra y de España, ganándonos la reputación de malandrines por haber doblegado a sendos poderosos reinados. Somos piratas y no tememos a nada —señaló la bandera negra del mástil mayor—. Igual tú tienes los trapos cagados y no quieres que se reconozca tu valía —acusó al pirata que había hablado.

—Jamás, mi Capitán. El día que pisé este barco por primera vez hice un juramento. ¡Iré con La Dorada hasta el infierno!

—¡Y yo…!—gritaron el resto de piratas a la vez que vitoreaban el nombre de Azor.

De inmediato pusieron rumbo al Oeste, y al cabo de unas semanas llegaron al límite de lo conocido. Al fondo unas nubes negras, tormentosas, anunciaban que el viaje hasta el Paraíso iba a ser muy complicado, por no decir imposible. Pero los valientes de La Dorada dirigidos por su Capitán, no dudaron en adentrarse en las aguas desconocidas. «Si el Diablo está al otro lado, entonces nos veremos las caras», dijo animando a su loro que seguía entristecido. ¿Y os podéis imaginar lo que vino después? Agua; mucha agua cayendo de un cielo desconsolado. Arropada por el feroz viento que soplaba incansable, provocando olas de altura inimaginable. Día tras día y noche tras noche, La Dorada salía victoriosa de la lucha contra el mal tiempo.

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La última noche fue la peor. Los bravos piratas seguían envalentonados, luchando, agarrándose con fuerza a las maderas del barco para no salir disparados por la borda y acabar engullidos por el Diablo. Porque ellos creían que estaba bajo el mar. El Capitán Nuez sentía orgullo de sus hombres. Sin ellos, jamás habría sido el temido pirata al que todo el mundo respetaba. Entonces ocurrió lo peor. La ola más alta jamás vista engulló el barco, hundiéndolo parcialmente. Permanecieron unos segundo bajo el agua, pero pareció toda una vida. Luego emergieron a la superficie, y al hacerlo ocurrió algo inesperado: la tormenta desapareció y el sol brillaba con más fuerza que nunca. Era un bonito día. «Es un milagro», pensó el Capitán Nuez al ver que su tripulación estaba al completo.

No tardó en comprobar que La Dorada había sufrido grandes desperfectos: algún que otro enorme agujero en la cubierta, y la pérdida de lo más importante, el mástil mayor. Pero el Capitán creyó que valió la pena, pues lograron pasar las «Tripas del Diablo», como bautizaron después a la peligrosa tormenta. ¿Y sabéis qué más ocurrió? Pues que llegaron al Paraíso. Frente al destrozado barco había una enorme isla rodeada de agua cristalina, e iluminada al antojo del Sol.

Al pisar la arena de la playa el Capitán respiró hondo: «Tierra firme», le dijo sonriendo a su loro. Mientras sus hombres reparaban los destrozos de La Dorada, él y Azor se adentraron en la jungla.

  El Capitán había estado en sitios muy parecidos a ese, pero pronto descubrió la peculiaridad del mismo. Tras los últimos machetazos en la densa vegetación, apareció una bonita imagen: «¡Por Neptuno! Esto sí es el Paraíso», dijo sorprendido.

  Miró a su hombro izquierdo buscando a su amigo. Frente a ellos había un enorme arcoíris de plumas. Miles de aves de todas las clases y colores revoloteaban el lugar. Se sentó junto a un enorme estanque. Azor estaba muy contento, empezó a hablar: «guapo, guapo, guapo». Eran las primeras palabras que decía en meses, y el Capitán se alegró. Entonces entendió que a su loro jamás le hizo falta ninguna medicina. Era mayor, sólo necesitaba encontrar a los suyos para terminar sus días en felicidad. Sintió tristeza, supo que a partir de ese momento sus caminos se iban a separar.

  —Azor, vuela. Ve con ellos, amigo —le dijo el Capitán.

  El loro alzó el vuelo. Fue hasta el lugar en el que jugaban el resto de pájaros. Su color se entremezcló con las demás aves y desapareció.

  El Capitán Nuez se levantó para marcharse. Notó un pequeño zumbido sobre su cabeza. Azor se volvió a posar en su hombro. Le picoteó la oreja, como solía hacer cuando quería jugar. «Gracias, gracias, gracias», dijo Azor. El Capitán sonrió, y el loro volvió con los otros pájaros. Los dos amigos se separaban, pero eran felices.

  Regresó a la playa y encontró a su tripulación trabajando. Ordenó terminar cuanto antes las reparaciones.

  —¿Dónde está Azor, Capitán? —preguntó uno de los piratas.

  —En el Paraíso, amigo. En el Paraíso —respondió sonriendo.

  Le quitó a uno de sus hombres una botella de ron y pegó un largo trago.

  —¿Sabéis la historia del mapa del tesoro del último Faraón? —preguntó con un grito.

  Sus hombres le miraron asombrados. Eran adictos a las historias de tesoros que contaba su jefe. Ante el silencio el Capitán continuó su narración.

  —Dicen que es el tesoro más grande del mundo —hizo una pequeña pausa—. ¿Y sabéis dónde está? —preguntó.

  Nadie dijo nada. Permanecían atentos a que desvelara el lugar.

  —En la casa de la mismísima Muerte —gritó a la vez que desenvainó su sable.

  La tripulación le imitó. Alzaron sus espadas al aire y gritaron al unísono: «Viva el Capitán».

  Ordenó levar anclas, y la Dorada puso rumbo al este. Desapareció por el horizonte. De nuevo unas enormes nubes negras se interponían en su misión: «el tesoro de ultimo Faraón».

  ¿Os gustaría saber dónde estaba escondido el tesoro? Y si os digo que en ese lugar hace mucho calor, hay arena por todos lados, templos con forma de triángulo y monstruos que llevan todo el cuerpo vendado… ¿sabríais adivinar de qué sitio hablo? Sí, habéis acertado otra vez. Pero esa historia os la contará papá cuando vayáis a dormir. Recordádselo, decidle que os cuente «La aventura de El Capitán Nuez y el tesoro del último Faraón». Pero hacedlo sólo si os consideráis unos temibles piratas con ganas de encontrar tesoros. ¿Os atrevéis?

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