Sin arrepentimiento

Imagen: Pixabay

¿Quién soy? Mi nombre en realidad no importa nada; ni mi edad, tampoco mi coeficiente intelectual. Hablan de mí los cuarenta y seis barrotes de acero, forjados con rabia, a los que cada mañana miro con desgana por culpa de la inhumanidad; la diminuta ventana por la que el sol intenta colarse para recordarme de manera muy ruin y continua que fui yo; lo reconozco, lo hice y lo volvería a hacer una vez tras otra, si fuese necesario, que lo fue; lo juro, aunque habéis hecho que mis palabra a estas alturas no valgan nada. ¿Qué son veinte puñaladas? ¡Un descanso eterno! Para él más que para mí, porque seguro que su alma está con los de su calaña, bailando al ritmo de un sucio rock, con el alcohol entre sus venas, incendiando aún más si cabe el mismísimo infierno. Y puedo asegurar que no estará sufriendo: apuesto a que bromea y ríe a la vez que juega al poker, mintiendo sobre su jugada perfecta, o tal vez haciendo trampas, que es lo que más le gustaba y solía hacer, mientras imaginaba en su cabeza qué nos haría al regresar a casa. De verdad, ¿Todavía creen que me porté como una canalla con él? ¿En serio? ¿Así lo piensan? Me es difícil olvidar sus asquerosas babas resbalando por la frágil piel de mi hija; un polluelo en la boca del cánido. Y cuando me recuerdo acuchillándolo… no era yo, se trataba de una madre en alerta, defendiendo a su hija. En tal caso y como dije al principio: no me arrepiento, lo volvería a hacer.

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