Amantes de lo cotidiano

Imagen: Pixabay
Después de todo me detuve a contemplar las pequeñeces que tu cuerpo siempre me ha dictado: acariciar tu piel, oler tu pelo, sonreírte. Todo ha cambiado con los años, pero nuestros orgasmos siguen siendo iguales; placenteros hasta el punto de querer parar el tiempo y disfrutarnos por la eternidad. Sabes que cuando me enfado contigo, por alguna de mis estupideces,  acabamos arreglando las cosas de la forma más sencilla, natural y humana que jamás habrá escrita: entrelazando nuestras lenguas, buscando un punto parcial de cordura. Siempre hemos sabido solucionar nuestros problemas. Hoy no ha sido distinto. Tu sonrisa, picarona, ha vuelto a decirme lo estúpido que soy en ocasiones. Yo no he tardado en utilizar mi mejor conjuro para pedir clemencia: “Lo siento”, te dije mientras te abrazaba y te mordisqueaba. Tú hiciste lo mismo, me agarraste y me dijiste al oído, «Mira que eres tonto». Lo que llegó después, fue lo más justo para volver a empezar, un excelente caldo de sudor, caricias y miradas lascivas. Mi sexo en el tuyo, bailando al compás de la movida rumba de tus caderas. Y al final, lo mejor de todo, un regadío de amor placentero.
Los años pasan, ya no somos aquellos jovencitos que intentaban jugar cogiéndose de la mano, pero seguimos queriéndonos como el primer día. A pesar de todo, siempre hemos sabido arreglar nuestras diferencias, la cama siempre será nuestro juzgado de paz. Eso nunca cambiará, lo sabemos, porque ante todos los males, nos gusta saldar nuestras penitencias conjugando el verbo amor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *