El cazador de caras

Desde que despertó del coma no era el mismo. Abandonó su vida, se aisló en una casa en la montaña. Se encargó de quitar la mayoría de espejos de la vivienda. Tan sólo dejó un mediano, en el cual se miraba al anochecer. Le daba asco verse reflejado en el cristal. «Me han robado la cara», decía mientras poco a poco se la despellejaba con una cuchilla. Su rostro ya no era humano, se había convertido en un cúmulo de carne putrefacta. Se veía mejor así, pero ese no iba a ser su aspecto definitivo, sólo hasta recuperar la suya. La encontró cierto día en el bosque, mientras cazaba. Con un disparo de escopeta aniquiló al ladrón. Al llegar a casa se puso delante del espejo. Con aguja, hilo y mucha delicadeza, se cosió su verdadero rostro. Disfrutó viéndose en el cristal. Aulló. Estaba contento de haberse reencontrado.

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