Mermelada

Imagen: Pixabay

Hoy he vuelto a sentirme solo, las sábanas sin ti ya no son lo mismo. Porque tu calor desapareció hace mucho tiempo, aunque tu aroma aún perdura en la habitación. Igual es algo psicológico, pero he sentido la necesidad de recordar bastantes de las cosas que hicimos juntos. ¿Por qué? Es sencillo de explicar: simplemente te extraño.

No quiero creer que fuiste una amante sin más, me resisto a pensar que eras la típica sonrisa con fecha de caducidad. Lo nuestro fue especial, y aunque antes de adentrarme en ti ya sabía que no me pertenecías, no pude evitar chafar con los dos pies dentro. El sexo nunca fue complicado, pero sí lo que empecé a sentir tras nuestros bailes en la ciénaga.

¿Que cuál es el mejor recuerdo que tengo tuyo? ¿En serio quieres saberlo? Todo empezó en la cocina.

Me dijiste que te atara el delantal, y lo hice no sin aprovecharme de ello. Mis manos en tu cintura deslizándose hacia abajo. Luego, sentí un ligero manotazo tuyo advirtiéndome: «¡El postre no está listo!». Me obligaste a ponerme ese otro delantal tan ridículo: «¡Olé que arte mi niño!», dijiste mofándote del horroroso diseño andaluz.

¿Luego? Pusiste agua a hervir y me pediste ayuda con la receta. Lo hice más bien de lo que podrías haber imaginado. Colocaste una fresa en tu boca y me invitaste a acercarme. Eso fue sencillo, presioné mis labios contra los tuyos, con la fruta de por medio. ¡Qué placer! Nuestro calor derritió su piel y el jugo invadió nuestro paladar. Mi lengua rebelde se escapó y acarició la tuya. Después de eso quedaron entrelazadas, moviéndose y agitando el azúcar.

Cuando despegué mis labios de los tuyos te pregunté por el nombre de la receta. «¡Mermelada de fresa!», me dijiste.

Desde el mismo día que desapareciste de mi vida odio el sabor de la fresa, y me pongo de peor humor cuando mi abuela insiste en darme la receta. ¡El vello de punta!

 

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