Agosto te pinta con cada uno de sus rayos de sol, necesitado de brisas marinas para calmar las calenturas de madrugada. Y mientras tanto, entre anhelo y suspiros, se desdibuja esa sensación de sentirse abandonado a tu propia suerte. La cretina canícula, en soledad, sólo exhibe en sueños la silueta de tus curvas; y al final, duele, porque a pesar de todo, todavía no he quemado las yemas de mis dedos en tu piel.