Espinas

Imagen: Pixabay

Y al final
qué más da lo que pienses, lo que sientas;
si el corazón solo dicta dolor y penas.

Y qué más dan los boleros y saetas,
si en sus rimas solo habitan angustias;
zarzales que fatigan las risas.

Siempre,
con el rumbo dictado por las lágrimas.

Siempre,
entre la simbiosis de tu cuello y pecho;
el lugar justo, el lugar oportuno…
donde anida el querido ruiseñor.

Siempre,
con aquel verso que olvidar podré jamás.

Lo justo

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Todo en su justa medida, como el sol en la tierra; como la lluvia en los campos… como tú, como yo cada vez que mi mirada se desliza de tu cuello hacia abajo.

Allá donde esté

Se sentía como una tormenta sin rumbo que danza a su antojo; puro rencor bruto que descarga su ira sobre la tierra. De nada le servían los sueños que, oveja tras oveja, se cincelaron en su mente con el ansia de una estrella fugaz, con la única intención de volar y hacerlo lejos. El mundo se quedó pequeño, demasiado, cuando el reloj se detuvo tras mirar uno de los lujosos escaparates de joyas situado en el Ponte Vecchio. Lo supo de inmediato: demasiado oro pero ninguna piedra preciosa; y la añoraba tanto, que cuando ella lo dejó solo, para siempre, de nada le valieron súplicas ni lágrimas por cambiar las cosas. No fue decisión de ninguno de los dos. A partir de ese momento, sus llantos jamás serían capaces de limpiar la horrible melancolía que danzaba en su pecho a ritmo de bombo en una sentida saeta. No, nada valía, porque a pesar de anhelar una ligera metamorfosis para salir huyendo de ese pasado, notaba sus miedos sobre su espalda, tan pesados, que nunca podría batir sus alas. Y a pesar de todo, cada siete de julio, gritaba el nombre de ese viejo fantasma al aire… quizá, el viento, acercaría su reclamo allá donde ella estuviera.

Ejercicio con dados

Digamos que el viaje para llegar a conocerme no ha sido sencillo. Al principio creí estar seguro de mí mismo, resguardado tras un fuerte caparazón de acero, como si viviera alojado en una fortaleza inexpugnable. Me equivoqué. Fui un lerdo en toda regla al no darme cuenta de que yo mismo tenía la llave que cerraba mi único miedo, que al mismo tiempo siempre ha sido la realidad: mi yo verdadero. Sí, ese que de vez en cuando se desborda y pierde la cobertura, necesitado de refresco, de meditación; de libros breves con gran contenido de moralejas, sin paja ni el horrible sacrificio de ningún árbol utilizado para predicar con su cuerpo palabras sin sentido. Y, pese a que el camino no ha sido fácil, admito que he disfrutado de la recompensa: he bebido de mí mismo, de una fuente de la que manaba algo parecido al reconocimiento y el orgullo, pero sin llegar a ser estratosférico y perjudicial: yo. Para mí, debo ser lo importante. Por eso hoy me he escrito a mí mismo, con Word, por aquello de leer la letra clara y no confundirme, con la única intención de recordar mi origen, el por qué empecé a escribir y, sobre todo, porque debo seguir haciéndolo. Al fin y al cabo, mi blog siempre fue mi paraíso.