Amantes de lo cotidiano

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Después de todo me detuve a contemplar las pequeñeces que tu cuerpo siempre me ha dictado: acariciar tu piel, oler tu pelo, sonreírte. Todo ha cambiado con los años, pero nuestros orgasmos siguen siendo iguales; placenteros hasta el punto de querer parar el tiempo y disfrutarnos por la eternidad. Sabes que cuando me enfado contigo, por alguna de mis estupideces,  acabamos arreglando las cosas de la forma más sencilla, natural y humana que jamás habrá escrita: entrelazando nuestras lenguas, buscando un punto parcial de cordura. Siempre hemos sabido solucionar nuestros problemas. Hoy no ha sido distinto. Tu sonrisa, picarona, ha vuelto a decirme lo estúpido que soy en ocasiones. Yo no he tardado en utilizar mi mejor conjuro para pedir clemencia: “Lo siento”, te dije mientras te abrazaba y te mordisqueaba. Tú hiciste lo mismo, me agarraste y me dijiste al oído, «Mira que eres tonto». Lo que llegó después, fue lo más justo para volver a empezar, un excelente caldo de sudor, caricias y miradas lascivas. Mi sexo en el tuyo, bailando al compás de la movida rumba de tus caderas. Y al final, lo mejor de todo, un regadío de amor placentero.
Los años pasan, ya no somos aquellos jovencitos que intentaban jugar cogiéndose de la mano, pero seguimos queriéndonos como el primer día. A pesar de todo, siempre hemos sabido arreglar nuestras diferencias, la cama siempre será nuestro juzgado de paz. Eso nunca cambiará, lo sabemos, porque ante todos los males, nos gusta saldar nuestras penitencias conjugando el verbo amor.

Reflejo

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Me miro al espejo y mis ojos son una prolongación de los tuyos; un torrente de belleza y sentimiento, al igual que aquel primer momento en el cual desnudé al completo mi corazón, sin mayor complejo que sentir tu vida enlazada con la mía, desbordando amor hasta el infinito. Me miro al espejo y veo a un hombre dichoso, aunque torpe e inexperto en ese arte llamado amor.

Génesis – Fragmento

Fragmento de «Génesis».

Cuando una de sus manos intentó entrar en el lugar que yo no quería, solté un fuerte grito que alertó al desconocido que permanecía fumando. Pude ver su figura desmontar y tirar el cigarro a un lado del camino. Después con paso ligero se acercó hasta nosotros. Me vio atrapada entre los brazos, luchando por librarme de él. 

          —¡Suéltala!—ordenó con voz fuerte y acento sureño. 

          —¡Métete en tus asuntos! —replicó mi agresor. El extraño se aproximó con decisión, cosa que sirvió para que Vicente me soltase para enfrentarse a él. Aproveché para apartarme de ellos.
—Me has hecho desperdiciar un cigarro —respondió el hombre, cerrando el puño con fuerza y atizando con brutalidad el mentón de su adversario que cayó al suelo dolorido

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Cuando esto acabe

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Lo primero que haré, cuando todo esto acabe, será conversar con el mar y pedirle perdón por todo el desamor que llevo acumulado, sin más poesía que mirar al cielo y buscar alguna que otra gaviota.

Amor en Roma

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Sus ojos la encontraron desnuda, yaciendo sobre el lujoso lecho de sábanas de seda, sodomizada por la fuerza con la que su dueño le embestía por detrás, sin piedad alguna. El esclavo permaneció allí quieto, ante la orden de su dómine, aguantando con sus manos una toalla limpia y un enorme jarrón lleno de agua, pero esa impasividad que se veía en su rostro tan sólo era una fría máscara de cerámica con la que cubría su verdadero estado de ánimo. Por dentro se sentía afligido, destrozado al ver que su amada era obligada a dar disfrute al amo, un auténtico cretino procedente de la mismísima Roma.

Vico sabía que aquella sumisión sólo se trataba de una crueldad carnal a la que obligaban de vez en cuando a la joven. Aun así, aquellos encuentros de sudor y jadeos le pateaban de forma muy dura su corazón enamorado. Quizá podría haber intentado librar a su querida de las asquerosas manos de su señor. No le faltaba valor para hacerlo, tampoco le hubiera importado morir por tal motivo, pero Nerea le pidió por favor que no lo intentara. En una ocasión intermedió por ella y a cambio recibió veinte latigazos: uno por cada año de su vida.

Justo antes de escuchar un grave y varonil grito, Vico y Nerea quedaron enlazados unos segundos por sus miradas. Bastaron cuatro ojos privados de libertad para consolarse y empatizar con la difícil situación de sentirse menospreciado, por haber nacido siendo hijos de esclavos. El señor de la casa solía decir que la plebe tenía la misma sangre que las ratas, pero por lo visto a él no le importaba aparearse con sus siervas. El amo terminó con desprecio y ordenó a su súbdita que marchara de inmediato de su cama. Ella lo hizo con mucho gusto, cuando acababa la tormenta era el único momento en el que encontraba libertad. Antes de salir de allí se cruzó de nuevo con la mirada de Vico; ella se sintió un despojo, agachó la cabeza y se marchó desnuda, desbordando tristeza con cada uno de sus pasos.

«¡Puta esclava, me ha puesto perdido con su jodido sudor! ¡Por Neptuno, ve a por más agua!», le ordenó a Vico al no sentirse limpio del todo.

La encontró justo al lado de la fuente, cuando se disponía a rellenar el cántaro. Nerea, aunque en apariencia lucía su piel impoluta, no paraba de frotarse con fuerza. Todavía podía sentir el hedor de su amo sobre la nuca. Vico la miró con la misma ternura que un enamorado intenta atrapar la luna con sus dedos. Unieron de nuevo sus miradas.

El hombre abrió la boca para pronunciar sus primeras palabras del día. Al amo le gustaba que sus esclavos fueran silenciosos, por eso amenazaba con cortar la lengua a quien se atreviera a hablar sin su permiso. «¿Estás bien?», le dijo a ella, pensando en lo estúpida que había sido su pregunta. «Me duele, pero el alma», contestó Nerea, mientras bajaba su mirada al suelo y sin parar de limpiarse. «Imagino tu dolor», respondió él con su cara más triste, a punto de dar vida a una lágrima. «¿De verdad?», quiso saber la esclava. Afirmó con la cabeza. Luego dejó el jarrón a un lado y se acercó hasta ella. No era la primera vez que veía a la mujer de sus sueños desnuda, aunque jamás había estado tan cerca de ella. En esta ocasión llegó a notar el calor de su cuerpo, cosa que le gustó.

«Yo también sufro cuando el amo pone sus manos en ti, cuando te posee con sus posturas y palabras infames. Mi corazón se destroza cada vez que la angustia se aloja en tu rostro y sólo es capaz de reflejar infelicidad. No soporto ver que la belleza de tus ojos se derrocha con las oscuras noches de alcoba a las que te someten», la cogió de la mano y acarició con mucha delicadeza su piel. «¿Por qué dices todo esto, Vico?», se interesó ella, a lo que él respondió: «Porque te amo, mi señora. Lo hago desde que los dioses me susurraron al oído que debía conformarme con ser un esclavo más en la casa de los Piaggio. Yo no me resigno a ser un mero hombre sin libertad, porque tengo derecho a amar, e intentar tener la fortuna de ser correspondido. Yo te quiero, Nerea. Sí, soy un hombre sin futuro, pero con un corazón puro que siempre vela por ti».

Por un instante quedaron en silencio. Ella cogió la robusta mano derecha de Vico y la puso en su pecho, todavía desnudo. «¿Lo sientes palpitar?», preguntó Nerea. «Sí… ¿Y ahora qué?», dijo él un tanto confuso. «Ahora, al fin me siento libre y amada», sonrió.

Sus lenguas se unieron saboreando el eterno y amargo recorrido del amor de unos esclavos en tierras romanas, con la esperanza de algún día poder respirar la auténtica libertad. Por el momento, abrazados, sintiéndose el uno al otro, creían tener más cerca el final de ese complicado camino. Sí, sus cuerpos estaban presos, pero sus corazones podían viajar más allá, eran libres de amar. Eso, nadie podía quitárselo a ninguno de los dos.

Penumbras – Vídeo

Hoy, con ayuda de Nora, hablamos de «Penumbras«, una antología de relatos de terror. Se editó y publicó en el año 2019, por Onyx Editorial. Se trata de un libro solidario, dado que todos los beneficios de los autores van destinados a la ONG DELWENDE. ¿Quieres saber más? ¡No te pierdas el vídeo!

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El viejo Blas llegó montado en su vespino de color rojo. Llevaba un cajón cargado de patatas de su propia cosecha. Aunque estaba jubilado, jamás renegó de la buena costumbre de #madrugar. Se levantó temprano, y después de beberse un café, tocado con la simpatía de Terry, acudió hasta su granja para realizar las tareas cotidianas: mimar a sus animales para obtener la mejor leche.

Pero esa mañana hizo algo nuevo. Hincó las rodillas en el suelo y se puso al lado de Marina, su cabra más fotogénica. Luego pulsó el botón rojo del móvil, y envió un #selfie muy simpático  a su nieta: «¡Saludos desde la Moncloa!», escribió con sorna el abuelo.

Blas no tardó en recibir una respuesta: «Abu stas peor qla kbra! xD <3».  El hombre se alegró al imaginar la enorme sonrisa. Se notó #melancólico por tenerla muy lejos, pero satisfecho al encontrarla más cerca gracias al móvil. Se sintió un #crack, aunque en realidad no llegó a descifrar todo el mensaje.