¿España? ¡De puta madre!

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Mi superior es un cerdo, y todos mis compañeros unos babosos que le hacen la pelota allá por donde el chorropavo pisa. En definitiva, podría decir que toda la tripulación del «0VN1» es una piara con alas. ¿Por qué digo esto? ¡Porque me da la gana! Todavía tengo herido mi orgullo al recordar cómo llegué hasta aquí.

 —S3RG10, baja un momento y recoge muestras de la vegetación del lugar —me ordenó mi capitán.

Le hice caso, y justo cuando mis pies se posaron en  el suelo terrícola, la nave salió a todo gas, derrapando entre las nubes. A todo esto, no soy humano. Provengo de un planeta muy parecido al vuestro. Y cuando afirmo que es muy idéntico es porque lo es. Mucha agua y pocos cojones para cambiar una sociedad en la que muchos pobres siguen cuatro voces dictando normas. El paro allí también es estratosférico. Por este motivo maldigo a mis compañeros, porque me alisté como explorador intergaláctico para ganar algo con lo que poder sobrevivir, y los muy miserables me dejaron aquí tirado, en mitad de la dehesa de un pueblo sevillano, en pleno mes de agosto. ¡Cabrones! Ya me lo decía mi madre: «S3rg10, tienes que estudiar para ser alguien de provecho». ¡Cuánta razón! Si le hubiera hecho caso, quizá ahora estaría sentado en mi despacho con los pies sobre la mesa mientras cotilleo durante la jornada laboral el «f4c3b00k», allí también tenemos redes sociales, con la única diferencia, los «Me gusta» nosotros lo traducimos como «m3l4p3l4». Somos así de rancios.

 Me quejo por gusto, porque en realidad aquí me han aceptado muy bien. Esta gente del sur me trata fenomenal, han conseguido que en poco tiempo me sienta uno más… de los parados que se sientan en el banco de la plaza a ver pasar a las «mushashas», claro está.

Nosotros tenemos un físico idéntico al de los terrícolas: cara, brazos, piernas, cuerpo; para nada somos de color verde con ojos gigantes, ni tampoco decimos esa estúpida frase: «Teléeeeeeefono, mi caaaaaasa» ¡Qué absurdo! ¿En serio nos veis así? En mi planeta somos gilipollas, pero no tontos. Quizá un poco más barrigones que la gente de aquí, pero lo compensa nuestro sexo, bastante más grande al producto ibérico nacional. Alguna ventaja debía tener yo para aprovecharla aquí en la Tierra… como en el cielo. Y si no que se lo pregunten a la Puri, esa andaluza de grandes caderas y enormes «t3t4s», que me vuelven loco cada vez baila eso de Sevilla tiene un color especial.

La semana pasada recibí un wasap de mi capitán. Me decía que no me enfadara, que simplemente todo había sido una broma (de unos meses ni más ni menos) y que el próximo martes regresarían a por mí, justo en el mismo lugar en el que me habían abandonado. «¿A qué hora?», le pregunté. «A las once», me confirmó en su último mensaje.

Hoy es martes y son casi las doce de la noche. He recibido una llamada de mi superior: «¿Dónde estás?», me ha preguntado. El exceso de rebujito me ha animado un montón y le he respondido bastante emocionado: «¡Alcohol, alcohol…hemos venido a emborracharnos y el resultado nos da igual!», el Sevilla ha ganado. Es increíble ver lo que mueve el fútbol aquí en España, al cojo le pone tres patas, mientras al ciego lo vuelve aún más ciego; con el balón en juego no hay pena que valga. Lo tengo claro, apenas quedan unos meses para el mundial y no me lo voy a perder. ¡Yo me quedo! Y aunque mi genética diga que soy de otro planeta, lo tengo claro, yo soy español: «¡Aquí Sevilla. España de puta madre!», fin de transmisión.

Una despedida pegajosa

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El niño mascaba un chicle con sabor a fresa, su preferido. Sostenía en la mano derecha un lápiz desgastado, mientras intentaba recordar todos los consejos de ortografía que doña Sagrario le había inculcado una y otra vez mediante tirones de oreja. Para la ocasión también se había preparado una goma de borrar, sabía que su caligrafía era bastante mala y quería asegurarse de que la carta quedaba completamente legible. Puso con delicadeza el carboncillo sobre el papel y empezó a deslizarlo muy despacio.

«Hola, Cris. He oído que te marchas a otro pueblo y me siento bastante triste. Dice mi hermano Fidel que  soy muy pequeño para entender el amor. Igual soy un mocoso como suele llamarme, pero aunque tenga el corazón diminuto siento algo especial por ti. No sé si estoy enamorado o tal vez es el cariño que te he cogido por haber estado tanto tiempo junto a tu pupitre. No lo tengo claro, pero te aseguro que he dibujado corazones muy cursis en las ventanas con mi aliento. Lo peor de todo es que puse nuestros nombres dentro de ellos, mientras mi cara sonreía al imaginarme jugando contigo. Tenía que decirte esto, por eso te he escrito con buena letra, para que lo entiendas. Te deseo mucha suerte. Yo intentaré ser feliz pensando que te va bien, aunque mamá me siga preguntando por qué mi cara está triste mientras veo a Tom y Jerry en la televisión. Mi último recuerdo tuyo será el Cheiw que me regalaste aquella tarde en el parque».

Terminó de escribir la carta. Sacó su chicle de la boca y lo metió dentro del sobre. Luego suspiró profundo y cerró la misiva. Quizá no podía compartir con su amiga un beso de despedida, pero sí su golosina favorita. Pensó que a ella le iba a encantar ese detalle tan dulce.

Veneno

¿Y si tu verdad se esconde
bajo una caliente piedra
como un peligroso escorpión?
Entonces la araña que escribe
estas líneas en su mente
entrará en la oscura hiedra,
con la intención de quemarse
y seguir viva con la verdad,
aunque me aflija el saberlo,
jamás me arrepentiré
de llevar tus besos por dentro.

@XaviviGarcia

El beso

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Un beso siempre es sencillo, lo complicado es llegar hasta él.

Incógnitas

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Todavía hay dos incógnitas que no he logrado resolver. La primera, el sabor de tus besos; la segunda, saber si has besado de verdad alguna vez.

 

El corderito

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Después de noches de pajar revuelto, resulta gracioso ver al cordero predicar sobre el amor único e infinito

 

Sin arrepentimiento

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¿Quién soy? Mi nombre en realidad no importa nada; ni mi edad, tampoco mi coeficiente intelectual. Hablan de mí los cuarenta y seis barrotes de acero, forjados con rabia, a los que cada mañana miro con desgana por culpa de la inhumanidad; la diminuta ventana por la que el sol intenta colarse para recordarme de manera muy ruin y continua que fui yo; lo reconozco, lo hice y lo volvería a hacer una vez tras otra, si fuese necesario, que lo fue; lo juro, aunque habéis hecho que mis palabra a estas alturas no valgan nada. ¿Qué son veinte puñaladas? ¡Un descanso eterno! Para él más que para mí, porque seguro que su alma está con los de su calaña, bailando al ritmo de un sucio rock, con el alcohol entre sus venas, incendiando aún más si cabe el mismísimo infierno. Y puedo asegurar que no estará sufriendo: apuesto a que bromea y ríe a la vez que juega al poker, mintiendo sobre su jugada perfecta, o tal vez haciendo trampas, que es lo que más le gustaba y solía hacer, mientras imaginaba en su cabeza qué nos haría al regresar a casa. De verdad, ¿Todavía creen que me porté como una canalla con él? ¿En serio? ¿Así lo piensan? Me es difícil olvidar sus asquerosas babas resbalando por la frágil piel de mi hija; un polluelo en la boca del cánido. Y cuando me recuerdo acuchillándolo… no era yo, se trataba de una madre en alerta, defendiendo a su hija. En tal caso y como dije al principio: no me arrepiento, lo volvería a hacer.

Primavera confinada

En esta primavera todo se magnifica: el aire del mar, de la montaña. Tú, yo; nosotros y esa libertad irrelevante.

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Balada de una policromía triste

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Recuerdo aquella vez, cuando entre recelo y puñales te ofrecí el aval de mi corazón, con todo el cariño del mundo, mientras mi felicidad se pintaba en policromía en tu ser; o eso creí yo. ¡Qué ingenuo! ¡Me adelanté sin querer verlo, ni tan siquiera con lupa! Tu corazón no fue más que un cepo que supo apresar mi amor, cual cordero pastando en verdes prados. Tanto tiempo después, tras librarme del yugo, me convertí en el antagonista de una historia que habías dibujado en tu cabeza, pero a la que jamás quisiste dotar de vida. Triste, tanto o más que la balada de un copo de nieve tocando el suelo sin llegar a cuajar.