El punto final

Imagen: Pixabay

Esto no es un relato, pues siento que ya no estás. Pienso guardar la brújula en el baúl de mimbre que cosí con tus caricias; atreverme a gritar tu nombre a la tempestad, pues no es más que cada uno de los días que llevo sin ver la claridad de tus ojos. No, definitivamente no es un relato. Es una autobiografía sin puntos suspensivos; el punto final.

 

Deseos de papel

Imagen: Pixabay

Siempre me he imaginado tu piel como un fino y delicado folio; siempre soñé con poder deslizar mis dedos sobre ti, para escribir la historia más bonita que tengo en mente: la nuestra.

Tus sonrisas me tendieron la mano, y lo hice. Cada una de mis caricias se convertían en bonitos versos, los cuales, con el tiempo, se fueron perfeccionando gracias a tu dulzura. Tu corazón se sentía feliz,  el mío arropado en una aventura en la que jamás se hubiera adentrado sin un empujón tuyo.

Ahora sueño y escucho a la vez; mientras, recuerdo el último verso que te dediqué al despedirnos. Tus labios me han convertido en un perro verde muy afortunado, que sueña. Mientras ladro en mi perrera, tan sólo puedo desearte lo mejor: deseos de papel; aunque no sea yo quien se encargue de escribirte los versos.

 

Ojeras

Imagen: Bella H. (Pixabay)

Me pesan los ojos, apenas puedo abrirlos. El motivo no es más que el cansancio acumulado durante la noche, momento en el que aprovecho para imaginarme contigo. Risas y un exceso de caricias por las cuales no me ha importado desgastarme. Mi cama, mi almohada, se han convertido en el único lugar en el que tú y yo podemos encontrarnos. Quizá no sea más que un sueño longevo del cual me despierto a las cinco en punto, por obligación, dejando nuestra historia aparcada por unas horas hasta que un nuevo día ponga su fin.

Me he imaginado mil veces cómo sería sentir tu calor entre mis brazos, y esa sensación es la que me hace trasnochar una y otra vez. Jamás unas ojeras dijeron tanto sobre el amor.

 

Te he echado de menos

Imagen: Marco Santiago (Pixabay)

No sé si tengo derecho a echarte de menos, pero hoy los recuerdos han abierto esa caja fabricada con mimbre y formada de terciopelo rojo. Ahí es donde guardé cada uno de nuestros momentos; buenos, malos… y, tras todo eso, mi sonrisa estúpida solapando lo que en realidad siempre sentí por ti.

Ahora que has regresado y me has devuelto en forma de beso la última caricia que te regalé, es inevitable romper la coraza de valiente y duro con la que me engalané tras tu marcha. Tienes que saberlo antes de que puedas volver a marchar: «Te he echado de menos», siempre lo hice.