La soledad de la amapola

Imagen: @XaviviGarcía

Que le pregunten a la amapola sobre la soledad, y ella empatizará con el peregrino. De los berrinches veraniegos en la senda, con el calor resbalando por la espalda, o el frío del invierno trepando por los huesos quejicosos del reumático. Qué cosas tiene la polaridad. Que le pregunten por sus adversidades, de cómo puede destacar su bermellón en las laderas más mediocres; esas cunetas que vieron más de lo que uno jamás querría ver. Que le pregunten por todas aquellas canciones y promesas que escuchó de los enamorados. La sinceridad de los besos siempre suele diluirse en una realidad punzante e hiriente… si no, no sería amor. De las maldiciones al cielo que, desdichados, con lágrimas en los ojos, le confesaban sentados a su lado, clamando a un dios que ni está ni se le espera. Y ella, la amapola, a pesar de la belleza de sus pétalos y la contrariedad de su tallo doblado por los bocados de la vida, escuchará y susurrará al viento, clamando por ti y en soledad, una balada muy próxima a su extinción. 

@XaviviGarcía

Grumete

Imagen: Pixabay

No me hables de tormentas,
del estremecido grumete
y cada uno de sus puertos.
No me hables, si no recuerdas
cómo aman las sirenas;
del exótico cruce de lenguas,
sin más sexo que el deseo
de dos lejanos amantes
que culminan el orgasmo
con un te amo, apellidado Ojalá.

@XaviviGarcía

La tormenta imperfecta

Imagen: Pixabay

No me da miedo el laberinto. Tampoco morir dentro de él. Sólo me agobia la compleja distancia que acaricia la soledad; la de un suspiro sin respuesta, roto por el doloroso estruendo de un lejano trueno que, por mucho que se anhele, nunca llegará para anegar mi boca y desbordar mis labios. Y, al final, la estéril tormenta, sedienta de un cruce de bravos vientos, será la única verdad del amor más puro, a la vez que perdido; el aguijón de una tormenta imperfecta.

@XaviviGarcía