Desesperado

Federico se enteró del embarazo de su mujer. Desde entonces, reza todos las noches a Dios para que sean octillizos; si cada uno llega con un pan debajo de brazo, tendrán para algunos días de alimento.

Curvas

De aquel camino, me quedé con el recuerdo de las curvas de tu cuerpo, mientras la locomotora echaba vapor al ritmo de nuestro amor; jadeante, húmedo y placentero.
 

Lavado de imagen

Todo el mundo sabía que era necesaria la comparecencia para el lavado de imagen. Nadie imaginó que el encargado de la limpieza sería el bote de Cristasol, con el que iban a dejar impoluta la pantalla de televisión.

Sin fundamento

Después de la cena, observó los platos de los comensales  y no tuvo más remedio que darle la razón. El cocinero televisivo con más fundamento del país no se equivocó al recomendar la receta, pero ojalá se hubiera olvidado ese día del chiste: al padre de su prometida no le resultó gracioso imaginar la última botella que su hija abriría en esa fiesta.

Romance verde

El frutero amaba a la verdulera. Quería poner el plátano entre los melones, pero ella no le dejó. A ella nunca le gustaron las rarezas, era una mujer de costumbres.

Telaraña

No estoy muerta, o sí, ya no lo sé. Sus golpes nunca me hicieron daño, sus palabras sí: «cállate perra». La gente me solía decir que lo denunciara o terminaría visitando a esas otras mujeres, que durante el año, marcharon forzadas para no volver. No pude hacerlo, era incomprensible. El amor que sentía por él me tapó los ojos. Cuando me di cuenta de la realidad, ya fue demasiado tarde: fui una mariposa en una telaraña. No estoy viva, o sí, qué más da. Aquí no estoy sola y tengo libertad.

Maullando a la luna

«Nunca mires atrás, Gerardo», le solía decir su mujer. Ella se marchó para no regresar jamás. Él se había acostumbrado a la soledad, ya no le importaba reír solo. Llorar tampoco le ofuscaba. Sus lágrimas no eran más que diminutas gotas de sal. Le iba bien hacerlo de vez en cuando, sobre todo cuando la recordaba. Diez años sin ella, sin su olor. «Ya queda menos para volver a verte», decía todas las noches cada vez que sacaba la basura.

El gato, su único amigo, en esa ocasión no durmió junto a él. Se marchó de allí. Notó el frío entrando en la habitación del anciano, y prefirió maullar a la luna. Se acababa de dar cuenta de que se había quedado sólo y sin restos de pescado que masticar.

La voz

Es tu voz la que me convence de continuo que soy feliz. Es la encargada de calmar mi rabia, la furia. Me acomodo cuando escucho su principal melodía: «relájate». Entonces soy capaz de cerrar los ojos y sobar la paz. Estás conmigo, los dos solos, ningún problema más. Me susurras al oído esa balada que tanto me gusta y caigo dormido en tus brazos. Tocas mi pelo, convertido en un nido de caricias, eso sí que es felicidad.  Despierto y entonces me veo solo, pero aún logro escuchar tu voz. Me vale con eso.