Allá donde esté

Se sentía como una tormenta sin rumbo que danza a su antojo; puro rencor bruto que descarga su ira sobre la tierra. De nada le servían los sueños que, oveja tras oveja, se cincelaron en su mente con el ansia de una estrella fugaz, con la única intención de volar y hacerlo lejos. El mundo se quedó pequeño, demasiado, cuando el reloj se detuvo tras mirar uno de los lujosos escaparates de joyas situado en el Ponte Vecchio. Lo supo de inmediato: demasiado oro pero ninguna piedra preciosa; y la añoraba tanto, que cuando ella lo dejó solo, para siempre, de nada le valieron súplicas ni lágrimas por cambiar las cosas. No fue decisión de ninguno de los dos. A partir de ese momento, sus llantos jamás serían capaces de limpiar la horrible melancolía que danzaba en su pecho a ritmo de bombo en una sentida saeta. No, nada valía, porque a pesar de anhelar una ligera metamorfosis para salir huyendo de ese pasado, notaba sus miedos sobre su espalda, tan pesados, que nunca podría batir sus alas. Y a pesar de todo, cada siete de julio, gritaba el nombre de ese viejo fantasma al aire… quizá, el viento, acercaría su reclamo allá donde ella estuviera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *