El hombre que se cansó de comer espinacas

Imagen: Pixabay

Mientras cazaban ranas encontraron a un hombre desaliñado, durmiendo. Despertó sobresaltado y provocó que los niños huyeran. Uno de ellos  se tropezó y cayó.

—¿Estás bien? —preguntó el desconocido.

—Sí, gracias. ¿Cómo te llamas? —el niño se interesó en él.

—¿Te importa mi nombre o quieres saber quién soy?

—¿No es lo mismo?

—Es distinto. Me llamó Ramón y soy un hombre libre.

—¿Eres un vagabundo?

—No, aunque así me llaman.

—¿Entonces? —preguntó extrañado el chaval.

—Me cansé de la rutina. Enfermé por un exceso de obligaciones y me rebelé contra el sistema.

—No lo entiendo.

—Mira, chaval…

—¡Eh! No  me llamo chaval, soy Fran —el niño se ofendió.

—Perdóname, Fran.

—No pasa nada —el niño aceptó la disculpa de buen agrado.

—¿Te gustan las espinacas? —le preguntó el hombre.

—¡No! ¡Para nada!

—Pues, imagina que tu madre te pone un plato de espinacas. A ti no te gustan, te enfadas y no las comes. Lo que consigues es tener ese plato verde para la noche. Al final, cedes y las tragas. Yo me cansé de las complicaciones impuestas.

—¿Comiste demasiadas espinacas? —preguntó extrañado el niño.

—¡Más de las que he querido!

—Mi mamá siempre me levanta el castigo.

—Así debería ser la vida, chaval.

—¡Me llamo Fran! —se enfadó.

Aparecieron los niños que habían huido y Fran se unió a ellos.

—¿Quién es el vagabundo? —preguntaron.

—Solo un tío que se cansó de comer espinacas.

Sin más, corrieron hacia el pueblo con intención de asustar a las niñas con las ranas que habían cazado.

 

 

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