Un trabajo limpio

—Después de todo el rollo que has soltado no me ha quedado claro si habrán guardias de seguridad —dijo el Gordo.

Ismael suspiró intentando calmarse.  Siempre que explicaba los planes a su compinche terminaba de la misma manera, gritando encolerizado. Si contaba con él era porque no tenía otra opción, nadie más quería ayudarle en sus golpes, tenía fama de gafe. En su último robo tuvo la mala fortuna de quedarse encerrado en el ascensor, y allí permaneció hasta que un técnico, acompañado por la policía, lo sacaron de dentro. Sin embargo, el Gordo, aunque era un poco lelo y le costaba entender las instrucciones, siempre estaba a su disposición; era un buen tío y nunca cuestionaba nada.

—¿Tú eres tonto?

—Solo quiero saberlo para no llevar balas de más. No me gusta malgastar.

—¡El punto número uno! —gritó— ¿Es que no he dejado claro que no quiero ningún disparo? ¡Limpio, tiene que ser un trabajo limpio!

Ambos callaron durante unos segundos. Después, el Gordo, con un gesto de incertidumbre volvió a preguntar:

—¿Me dejas el móvil?

—¿Para qué coño lo quieres? —gritó una vez más Ismael.

—Tengo que avisar a mi madre. No sé si tendrá la colada lista para esa hora.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *