La última noche

Estephanie, en un principio sintió miedo al descubrir el secreto del joven Leroy, pero cuando miró directamente a los ojos del muchacho, se dio cuenta de que tras aquella apariencia inhumana, seguía siendo él, y eso la tranquilizó. En ese momento empezaba a comprender muchas de las cosas extrañas que le habían sucedido, pero no le dio mayor importancia. ¿Acaso ella no era un bicho raro a la que puteaban de vez en cuando en el instituto? Quizá fue eso lo que le hizo fijarse en Leroy. Siempre estuvo a su lado en momentos complicados y le enseñó otra manera diferente de ver la vida. Él intentó evitar relacionarse con ella, pero le fue complicado. Su cabeza le decía que lo mejor era olvidarse de Estephanie, pero él la anhelaba en todo momento. Tras largos siglos de inmortalidad, era la única mujer que lo había enamorado de verdad.

            —¿No te doy miedo?

            —¿Por qué debería temerte?

            —Porque soy un bicho, ya me has visto.

            —No, no es así. Simplemente eres Leroy, el chico rarito del que estoy enamorada.

            Se acercó hasta ella. La rodeó con sus brazos y puso su boca cerca del cuello.

            —¿No te asusta que pueda morderte y beber hasta la última gota de tu sangre?

            —Si tienes que hacerlo, adelante. Pero sé que no lo harás.

            —¿Cómo puedes estar tan segura de ello?

            —Mi corazón me lo dice.

      —Tu corazón no es más que un órgano repleto de arterias y plasma sanguíneo. ¡No puede saber de sentimientos!

            —¿Acaso tú no tienes?

     —Los vampiros, desde el mismo momento en que nos convertimos, dejamos de tenerlo. Sólo nos mueve nuestro instinto de supervivencia.

            Se apartó del cuello y la miró a sus ojos. En su mirada, un tanto extraña, se notaba su transformación.

            —Entonces, tú no me amas —dijo ella.

            —¡Qué sabrás tú!

            —Si no tienes corazón… —interrumpió ella.

            La volvió a rodear con los brazos. Acercó de nuevo sus labios y la besó.

            —Te amo demasiado, por eso creo que no está bien esto.

            —¿Por qué?

            —Este amor tan sólo puede provocarte daño.

          Se apartó de ella. Señaló hacia el cielo nocturno, la noche era crepuscular. La claridad daba brillo a los ojos de ambos muchachos.

            —¿Lo ves? Únicamente puedo ofrecerte esto, miles de noches, todas iguales. Ningún amanecer donde poder ver al sol dando vida a un nuevo día.

            Se acercó de nuevo a ella y tras un beso muy especial, le susurró al oído:

            —No quiero que sufras lo que a mí me han obligado a vivir.

       Utilizó un truco de hipnosis y la durmió. Borró aquel romance de su memoria para que no padeciera. Estephanie, a partir de ese momento,  echó en falta algo en su. Leroy se conformó con seguir viéndola todas las noches desde la distancia, con la agonía de saber que nunca, jamás, la podría volver a acariciar.

 

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