Una corta historia de amor

Me pediste que te contara en cinco líneas nuestra historia de amor. Empieza y termina así: «Cuando abrí las puertas de mi corazón, tú cerraste cualquier esperanza». Por lo que lees, me ha sobrado espacio. Aprovecharé para decirte una última cosa: te sigo amando.

 

Tu último beso

Son tus labios los que me enseñaron la felicidad. Tu beso, el único que me diste, me devolvió la vida. Desde ese momento no he vuelto a mirar el reloj; le quité la pila. Paré el tiempo justo cuando tus labios se chocaron contra los míos. El resto de la historia no tuvo importancia.

 

Lo daría todo

Lo daría todo por volver a tenerte entre mis brazos, por oler esa fragancia de flores del bosque que desprende tu cabello. Lo daría todo por volver a recorrer tu piel con las yemas de mis dedos; despacio, lento, poco a poco. Estos caminantes no tiene prisas por llegar a su fin, de hecho no tienen destino. Son felices vagando por ese desierto que es tu cuerpo para ellos. Lo daría todo por volver a sentir cómo gimes; de placer o farsa, qué más da.  Siempre puse empeño para que disfrutaras. Lo daría todo por volver a perderme entre las sábanas, contigo. Todo, lo daría todo, el precio no me importa. Luego, al terminar, lo volvería a dar todo por escuchar esas risas, e incluso lo daría todo por volver a discutir contigo, motivo por el cual empezaríamos de nuevo a amarnos. Lo daría todo por seguir siempre así: enamorado de ti.

 

Hibernando

Nada como sentir tus dedos entrelazados en los míos, tú y yo cogidos de la mano. Ahora despierto y veo que me has soltado. Dices que nos une todavía el amor, pero ya no se desliza por nuestra piel. Quizá esté hibernando para resurgir en una nueva temporada. Quiero pensar que despertaremos deseosos de compartirnos como antaño. O tal vez, ese es mi sueño, y en realidad únicamente vuelva a llover sobre mojado. No lo sé, por el momento me aferro a no despertar.

 

Colgado

No soy más que un peluche entre tus brazos. Nunca quise dejar de serlo. Siempre me encontré ahí, arropado en tus pechos. Con el tiempo me confié, quedé relegado a un segundo plano. Algo empezó a ir mal entre nosotros. Pusiste tus ojos celestes en otro pelele. Este no se conformó con seguirte el juego, como lo hacía yo. Te puso las cosas duras, y logró que tus ojos derramaran un mar de lágrimas. Probaste lo que diste a probar: la amargura de no sentirse correspondido.

Pero ahí estuve yo, conforme siempre lo había hecho, dispuesto a cerrar el grifo de tus ojos. Nunca me arrepentiré de ello. Lo que siempre me gustó de ti, era verte feliz. Jamás me sentí usado, y aún menos ahora, tendiendo tu colada mientras disfrutas de un café con alguno de tus amigos. Quizá el que debería estar colgado del tenderete de la ropa sea yo. Estoy colado por ti, como un verdadero gilipollas.

Resignado a tu interés

Te escapaste de mis labios para vivir desterrada de mi corazón; ahora, tras la llegada de los primeros esbozos de frío, es cuando por interés te acuerdas de mi leñera. No seré yo quien te reproche la huida.

Divina de la muerte

Se había vestido y maquillado para la ocasión. Mientras el vestido de color oscuro modelaba la silueta de la mujer, las pinturas que había seleccionado con esmero decoraban perfectamente el rostro femenino.  Los tonos grises del contorno de ojos y el pálido pintalabios contrastaban con la rojiza y enorme brecha que le provocó el golpe contra el volante. El impacto que se llevó el coche en la parte delantera no pareció pronosticar un resultado tan dramático. El hecho de no llevar abrochado el cinturón de seguridad y que  no tuviera airbag fue el detonante del trágico accidente. La mujer pereció a causa de un golpe seco. Fue el novio quien tuvo que encargarse de reconocer el cadáver; fue él mismo quien por última vez la vio como la había visto tantas noche anteriores: divina de la muerte.

Postre de la casa

Un postre de arañas,
de insectos que muerden…
como tus palabras,
que crees que no hieren
porque sonríes al hacerlo;
y yo, estúpido, consiento
que mi corazón cocine
cierto postre almibarado;
al final te vas y quedo solo,
con un café entre las mano
removiendo un sentido vetusto
mientras sé que no volverás.

Poema perdido

Cuando recibí tu última carta no podía ni imaginar lo que había significado para ti.

Me dices en letras que siempre fui el hombre de tu vida. No puedo creerlo. ¿Por eso siempre fuiste tan fría y distante conmigo? También escribes que mis labios siempre fueron tu único anhelo, un deseo no cumplido. ¿Por qué todo esto justo ahora? Tu escrito se ha convertido en un sin sentido, en un fuera de juego de un partido de fútbol entre dos corazones, el tuyo y el mío.

Ahora ya no estás para decirte lo que yo sentí todos esos años en los que compartimos letras, emociones, sabiduría. Te amé. Aquel poema que despuntó en clase estaba dedicado a ti. Fueron tus pupilas las que lo inspiraron. Quién me iba a decir a mí, que tú sentías algo parecido por este hombre perdido en versos. Ojalá hubieran sido tus besos los culpables de haberme desorientado, pero no fue así. ¡Callaste y callé! ¿Y ahora?  De nada me sirve esta misiva tuya que he recibido. Ahora no es más que papel mojado. Te has marchado, has huido. Lo nuestro siempre fue un poema perdido en mi corazón. Tú lo inspiraste.

De carne y hueso

Ahora no digas que no te acuerdas de mí, no me lo creo. Si es necesario, sacaré a relucir esas lágrimas que te mostraron mi ser más íntimo. No te hagas la dura, sabes que sigo siendo yo, aunque no quieras reconocerlo. No soy otro, aunque ahora, viendo cómo marchas por el horizonte, me hubiera gustado serlo. Ahora me arrepiento de ser humano, un verdadero estúpido que siente dolor y sabe que tardará mucho tiempo en curarse. ¡Adiós!, yo siempre estaré aquí,