Sueños rotos

Sueño con mi rostro contra la pared , con una soga negra  apretando mi cuello, desorbitando mis ojos, vaciando la laguna de la ilusión que llenaste cierta vez con cada una de tus sonrisas. No, no puedo. La lengua, extirpada, medio caída por la presión, saborea la amargura de un campo árido. Siempre sin la posibilidad de sembrar ningún perdón, pero con mil arrepentimientos preparados para el cultivo. Desangro atardeceres con el mismo despecho de una navaja ante la bajada de la marea , sin posibilidad de recompensa. Tampoco merece la pena. Sueño con la expiración,  mientras el último suspiro clama tu nombre alentando lo que podrá llegar a ser: el eterno  silencio en mi, quizá en ti, y el murmullo de ellos.

Mendigo de palabras

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Me da pereza tener que rebuscar en contenedores repletos de órganos, en teoría vivos, el sentimiento  de complicidad que florece en las letras. Me da pereza, y no por el hecho de entablar diálogo, que ya me cuesta, sino más bien por la indiferencia que me hace sentir un diminuto buscando algo enorme. Y no es así, sé que estoy listo, pero nadie se presta a escuchar, ni a leer, lo que tengo preparado para el mundo. Así me convertí en un mendigo de palabras, que lo intentó en su momento pero se cansó. Ahora suelo viajar en solitario, con la libreta bajo el sobaco,  acampando de parque en parque para escribir lo que la vida me dicta. Lo demás me da lo mismo, mientras ella me sonría.

Balada de una policromía triste

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Recuerdo aquella vez, cuando entre recelo y puñales te ofrecí el aval de mi corazón, con todo el cariño del mundo, mientras mi felicidad se pintaba en policromía en tu ser; o eso creí yo. ¡Qué ingenuo! ¡Me adelanté sin querer verlo, ni tan siquiera con lupa! Tu corazón no fue más que un cepo que supo apresar mi amor, cual cordero pastando en verdes prados. Tanto tiempo después, tras librarme del yugo, me convertí en el antagonista de una historia que habías dibujado en tu cabeza, pero a la que jamás quisiste dotar de vida. Triste, tanto o más que la balada de un copo de nieve tocando el suelo sin llegar a cuajar.

 

Octubre

Decides hacerme feliz cuando creo que todo está perdido; entonces mis dedos piden permiso a los tuyos y se suman en un verdadero éxtasis de caricias.

Siempre quedará en mi mente ese corto recorrido de placer en octubre. Para mí eres eterna, como esa botella de sidra que te prometí y que jamás beberemos juntos.

Un anónimo desde la distancia (I)

Te recuerdo que no te he olvidado. Te sigo desde la distancia. Sé que no es lo mismo, pero me sirve para ver que te encuentras bien y estás cumpliendo tu deseo. No estás, y tengo demasiado tiempo para pensar. A veces cosas malas; no de ti, sino de mí. No sé llevar la situación. Cierto día me dijiste que uno se acostumbra enseguida a lo bueno. ¡Cuánta razón! Te fuiste, pero para cierto día volver. Cuando lo hagas, te veré desde la estación Olvido; junto al cruce Melancolía.

Engañada

Quedé embaucada por su mirada y lerda presa fui en sus manos. Quiso castigarme, y lo hizo cuando otras mujeres visitaron nuestra alcoba. Quiso reducirme, y lo consiguió cuando me menospreciaba de continuo. Me reinventé y creyó querer rescatarme, pero a eso ya no le di la mano. Me identifiqué como libre personaje y ahora vivo lo que nunca me había imaginado.

La huida

La miré con cierta tristeza. Armé todo ese valor que fui aparcando en las cunetas tras años y años de amor secreto; lo hice.

      —Te quiero.

 Sus ojos huyeron; su boca también. Fue una confesión que quedó eternamente en el vacío.

 

Brotes verdes

No me habléis de rosas, amapolas, ni mucho menos de margaritas, porque en mi vida ya no quedan pétalos por deshojar; no, ya no vivo en ese jardín que construí con la ingenuidad y el batir de alas de mariposa. Todo eso desapareció con cada golpe e insulto. Mis lágrimas de piedra han labrado un campo de hormigón, y bajó él se encuentran mis sentimientos en letargo, con la única esperanza de volver a ver brotes verdes. Sé que mi momento llegará, una nunca olvida el agradable olor de las flores.