La necesidad

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La necesidad de no olvidarte; de sentirte a cada instante en mi mente. Mis recuerdos, que también son los tuyos, suelen dictarme esa triste melancolía en la que, sin haberte llegado a tocar, lloran por hacerlo. Como una utopía viva, despierta y sin final. Esa es nuestra necesidad.

 

El punto final

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Esto no es un relato, pues siento que ya no estás. Pienso guardar la brújula en el baúl de mimbre que cosí con tus caricias; atreverme a gritar tu nombre a la tempestad, pues no es más que cada uno de los días que llevo sin ver la claridad de tus ojos. No, definitivamente no es un relato. Es una autobiografía sin puntos suspensivos; el punto final.

 

Deseos de papel

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Siempre me he imaginado tu piel como un fino y delicado folio; siempre soñé con poder deslizar mis dedos sobre ti, para escribir la historia más bonita que tengo en mente: la nuestra.

Tus sonrisas me tendieron la mano, y lo hice. Cada una de mis caricias se convertían en bonitos versos, los cuales, con el tiempo, se fueron perfeccionando gracias a tu dulzura. Tu corazón se sentía feliz,  el mío arropado en una aventura en la que jamás se hubiera adentrado sin un empujón tuyo.

Ahora sueño y escucho a la vez; mientras, recuerdo el último verso que te dediqué al despedirnos. Tus labios me han convertido en un perro verde muy afortunado, que sueña. Mientras ladro en mi perrera, tan sólo puedo desearte lo mejor: deseos de papel; aunque no sea yo quien se encargue de escribirte los versos.

 

Ojeras

Imagen: Bella H. (Pixabay)

Me pesan los ojos, apenas puedo abrirlos. El motivo no es más que el cansancio acumulado durante la noche, momento en el que aprovecho para imaginarme contigo. Risas y un exceso de caricias por las cuales no me ha importado desgastarme. Mi cama, mi almohada, se han convertido en el único lugar en el que tú y yo podemos encontrarnos. Quizá no sea más que un sueño longevo del cual me despierto a las cinco en punto, por obligación, dejando nuestra historia aparcada por unas horas hasta que un nuevo día ponga su fin.

Me he imaginado mil veces cómo sería sentir tu calor entre mis brazos, y esa sensación es la que me hace trasnochar una y otra vez. Jamás unas ojeras dijeron tanto sobre el amor.

 

Te he echado de menos

Imagen: Marco Santiago (Pixabay)

No sé si tengo derecho a echarte de menos, pero hoy los recuerdos han abierto esa caja fabricada con mimbre y formada de terciopelo rojo. Ahí es donde guardé cada uno de nuestros momentos; buenos, malos… y, tras todo eso, mi sonrisa estúpida solapando lo que en realidad siempre sentí por ti.

Ahora que has regresado y me has devuelto en forma de beso la última caricia que te regalé, es inevitable romper la coraza de valiente y duro con la que me engalané tras tu marcha. Tienes que saberlo antes de que puedas volver a marchar: «Te he echado de menos», siempre lo hice.

 

 

La soledad de la amapola

Imagen: @XaviviGarcía

Que le pregunten a la amapola sobre la soledad, y ella empatizará con el peregrino. De los berrinches veraniegos en la senda, con el calor resbalando por la espalda, o el frío del invierno trepando por los huesos quejicosos del reumático. Qué cosas tiene la polaridad. Que le pregunten por sus adversidades, de cómo puede destacar su bermellón en las laderas más mediocres; esas cunetas que vieron más de lo que uno jamás querría ver. Que le pregunten por todas aquellas canciones y promesas que escuchó de los enamorados. La sinceridad de los besos siempre suele diluirse en una realidad punzante e hiriente… si no, no sería amor. De las maldiciones al cielo que, desdichados, con lágrimas en los ojos, le confesaban sentados a su lado, clamando a un dios que ni está ni se le espera. Y ella, la amapola, a pesar de la belleza de sus pétalos y la contrariedad de su tallo doblado por los bocados de la vida, escuchará y susurrará al viento, clamando por ti y en soledad, una balada muy próxima a su extinción. 

@XaviviGarcía

La tormenta imperfecta

Imagen: Pixabay

No me da miedo el laberinto. Tampoco morir dentro de él. Sólo me agobia la compleja distancia que acaricia la soledad; la de un suspiro sin respuesta, roto por el doloroso estruendo de un lejano trueno que, por mucho que se anhele, nunca llegará para anegar mi boca y desbordar mis labios. Y, al final, la estéril tormenta, sedienta de un cruce de bravos vientos, será la única verdad del amor más puro, a la vez que perdido; el aguijón de una tormenta imperfecta.

@XaviviGarcía

 

Carta a Ego

Imagen: Pixabay

Querido Ego.

Ayer me reencontré contigo. Sí, una vez más, a la altura del pegajoso barro de una ladera. Ayer te vi; a ti y otros penitentes por el AMOR TORCIDO, pero con el pecho recto. Siempre con paso firme y marcial, sin dejar de mirar al frente, obviando el dolor de las amapolas y los besos que dieron por última vez. Y tú, querido Ego, estabas en aquel desfile en el que, negando ser un tullido más, despedías al sol de junio como el bello poema que, sin quererlo, alguien te convirtió; junto al dilema de qué fue primero, si el amor o el dolor.

@XaviviGarcía

Nuestro tesoro

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Me detengo en su ombligo, es el centro del Universo; mi lengua cae en su órbita, acariciando cada centímetro de su perímetro. La Diosa que me atrajo hasta él, dice que no pare hasta que encuentre el anillo que rodea el planeta llamado Anhelo. Me centro en ello, e impulsado por la curiosidad de acercarme a lo inexplorado, pronto encuentro su recóndito tesoro. Su sonrisa dice que es mi premio. Tengo claro que lo disfrutaré con ella. Siempre me gustó compartir.

 

 

A deshora

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Lo del cambio de hora siempre será el beso perdido de los ochenta; indeciso en el albor, resilente tras su sonrisa, puntiaguda, en un descaro de querer pronunciar el «te amo» en un convenio a un solo costado. Y, todo eso con el susurro, cabizbajo, de una armónica que se lamenta en solitario en plena tormenta de arena, sin el desierto de su espalda, como una chicharra en la canícula. Los quejidos siempre serán la penitencia de una saeta a deshora. Y, mientras esa hora desaparece sin haberse despedido, la ilusión por regar sus labios con la tormenta del que quiso ser mi primer beso, permanece en el anhelo de la fantasía del perdedor.