Desidia

Hace tiempo que decidí pasar; pasar de las bifurcaciones que llevan a laberintos. Pasar de los colores más oscuros del pantone y emperifollarme con los tonos pasteles; pasar de los chistes rancios que dejan moralejas avinagradas; pasar de los cantos de sirena, de la labia del vendedor de aspiradores y recetas milagrosas de la Thermomix. Hace tiempo que decidí seguir el rumbo sin mapa; nada de fichas de personaje, tan sólo con la cafeína de las seis de la mañana que dicta el ritmo de un día menos (lo de la medida del paso siempre me pareció una chorrada). Hace tiempo que soy indígena en mi propia historia, verdugo de mis propios sueños, enfermero de suspiros. Hace tiempo que decidí ser vagabundo y, a pesar de la contracorriente del viento y el denso flequillo de mi pelo, soy dueño de mi rumbo y desgracias; de las pupas que dibujan en mi costillar el despecho de un soñador que nota la sal en la profundidad de las heridas que provocan los fines de semana de infarto y desidia. Y, a pesar de todo, vomito la poca poesía que queda en mi interior en frases lapidarias como el sonido tónico en la palabra fin.