Aquí y ahora, lo dejo todo.

Ha llegado el momento de partir. Han sido muchos años aprendiendo, ideando y escribiendo todas y cada una de las historias que os he hecho llegar. Muchas de ellas firmadas con mi nombre. Otras, en cambio, escudado bajo pseudónimo. Corría el año 2013 cuando publiqué mi primer libro de relatos: «Historias desde la almohada». Por suerte, siempre he considerado que nunca me ha faltado la creatividad y, gracias a ella, siguieron muchas más publicaciones. En todo este tiempo, que ha sido bastante, he podido mejorar gracias a todas las críticas constructivas que he recibido de cada uno de mis lectores. Pero también he aprendido que, el mundo que habita tras la fachada del escritor de hoy en día, no me convence para nada. No voy ahondar en ello pero, en este último año he dado con las personas correctas y las charlas adecuadas para saber que esto no es lo mío. Y, por esto, aquí y ahora, lo dejo todo. Pero no lo hago de golpe. Por motivos de contrato, saldrá publicada mi última novela, la definitiva. ¿Después? Decir que abandonaré la escritura y la literatura es aventurarse demasiado, por lo que aprovecharé este, mi espacio, para aquellos escritos, poemas y reflexiones que necesite expresar. Para mí, aunque no venda, esa es mi verdadera literatura.

Quiero agradecer a todos los que siempre habéis estado ahí, a los  que de una manera u otra siempre me habéis animado a tirar adelante. Pero, ahora no; ya no toca más, por lo que este espacio quedará vacío durante un tiempo. Si queréis leerme, pedir los libros en vuestras librerías de confianza o en Amazon.

Yo me tomo un respiro. Os deseo unas felices fiestas. ¡Gracias!

 

JAVIER GARCÍA M.

 

Sobre espetos y héroes

Y si hablamos de la deshumanización,
del desprecio revalorizado de la persona,
nos daremos cuenta de la ecuación:
no por más querer ofrecer la mano
recibiremos menos el cuerno.

Thor ya no usa el martillo,
porque de rojo se ha manchado.

 

Superman ya no salva humanos,
por aquello de la astenia
y la alergia a los condecorados.

La araña, esa que dice ser hombre
de leggins y culito prieto,
ya no se desecha rencores.

No, ninguno, de ellos ya no saben
que en la humanidad y sus albores
existen peligros más que mutantes;
unos lo llaman alcohol,
otros, drogas inquietantes,
pero nadie, ninguno de ellos
ha querido ver que la vida,
sin pijama ni disfraces,
es más dura que el trozo de pan
y un chute de anabolizante.

Rogad por esos héroes
de pantallas de televisión;
con mentiras, sin polígrafo,
pero con la única versión
de que sus diretes en directo
es lo único que vale y vende.

Y, mientras políticos disuelven
manifestaciones con piedras y palos,
los de mallas prietas y seductoras,
cotizarán más el anhelo del dulce polvo
que el de un amor quemado a deshora;
siempre con el tufo de un espeto
en las horas más tórridas de un verano
casual en la Costa del Sol.

 

@XaviviGarcía

 

Lo justo es marchar

Vivir cuando ya estás muerto,
resulta ser la polivalencia
de la desdicha humana;
ni puedes ni quieres
seguir el canto del ancestro.

Morir cuando estás vivo
no es más que oír y escuchar,
sin dejar de alentar la huida
hacia un paraíso desierto.

Y que no se quejen las flores,
por el mal decorado de la caja;
ni tampoco los parroquianos
por el que quiso y no fue
una decente persona alegre:

…no hubieron chistes,
tampoco saraos que quisieran
la desesperación de un hombre
que, sin freno y a marcha forzada,
dejó su nombre y apellido
en la dura rama de un nogal.

Vivir cuando ya estás muerto,
morir cuando estás vivo,
es el baladre sinónimo
de que a pesar de la simpatía,
nunca se estuvo tan bien;
pero en el fondo tan mal.

Siempre lo justo para marchar.

@XaviviGarcía

Desidia

 

Mambrú, sentado en el suelo polvoriento, con la cabeza entre las rodillas, escuchó el estruendo de varios motores de vehículos pesados. Al cabo de unos segundos, sintió cómo se paraban frente a él. Por un momento se detuvo el ruido. Él no miró, pero supuso que el sonido de unas botas arrastradas por la arena, se dirigían hacia su posición. Entre el silencio y la inestable calma del Sáhara, llegó a su nariz un agradable olor.

—Hola —escuchó la dulce voz de una mujer. Al final, se atrevió a mirarla. Era joven, pelirroja, con una sonrisa inacabable; al zagal le gustó, pero no pudo reír. Demasiada pólvora y sangre habían marcado sus párpados.

—¿Te apetece comer? ¿Quieres agua? —preguntó ella; vestía un peto blanco con una cruz roja bordada.

Mambrú negó con la cabeza. Después, se encogió de hombros.

—¿Por qué no quieres alimentarte? —inquirió de nuevo la joven preocupada.

Hubo un rato de silencio. Después, el niño, se abalanzó sobre los brazos de la pelirroja y, sollozando, le respondió: «Ni la comida ni el agua quitan el miedo». El calor del abrazo se tornó infinito, hasta que un profundo suspiro le hizo sentirse saciado de verdad.

 

La necesidad

Imagen: IA

La necesidad de no olvidarte; de sentirte a cada instante en mi mente. Mis recuerdos, que también son los tuyos, suelen dictarme esa triste melancolía en la que, sin haberte llegado a tocar, lloran por hacerlo. Como una utopía viva, despierta y sin final. Esa es nuestra necesidad.