Sueño con mi rostro contra la pared , con una soga negra apretando mi cuello, desorbitando mis ojos, vaciando la laguna de la ilusión que llenaste cierta vez con cada una de tus sonrisas. No, no puedo. La lengua, extirpada, medio caída por la presión, saborea la amargura de un campo árido. Siempre sin la posibilidad de sembrar ningún perdón, pero con mil arrepentimientos preparados para el cultivo. Desangro atardeceres con el mismo despecho de una navaja ante la bajada de la marea , sin posibilidad de recompensa. Tampoco merece la pena. Sueño con la expiración, mientras el último suspiro clama tu nombre alentando lo que podrá llegar a ser: el eterno silencio en mi, quizá en ti, y el murmullo de ellos.