Colgado

No soy más que un peluche entre tus brazos. Nunca quise dejar de serlo. Siempre me encontré ahí, arropado en tus pechos. Con el tiempo me confié, quedé relegado a un segundo plano. Algo empezó a ir mal entre nosotros. Pusiste tus ojos celestes en otro pelele. Este no se conformó con seguirte el juego, como lo hacía yo. Te puso las cosas duras, y logró que tus ojos derramaran un mar de lágrimas. Probaste lo que diste a probar: la amargura de no sentirse correspondido.

Pero ahí estuve yo, conforme siempre lo había hecho, dispuesto a cerrar el grifo de tus ojos. Nunca me arrepentiré de ello. Lo que siempre me gustó de ti, era verte feliz. Jamás me sentí usado, y aún menos ahora, tendiendo tu colada mientras disfrutas de un café con alguno de tus amigos. Quizá el que debería estar colgado del tenderete de la ropa sea yo. Estoy colado por ti, como un verdadero gilipollas.

Resignado a tu interés

Te escapaste de mis labios para vivir desterrada de mi corazón; ahora, tras la llegada de los primeros esbozos de frío, es cuando por interés te acuerdas de mi leñera. No seré yo quien te reproche la huida.

Divina de la muerte

Se había vestido y maquillado para la ocasión. Mientras el vestido de color oscuro modelaba la silueta de la mujer, las pinturas que había seleccionado con esmero decoraban perfectamente el rostro femenino.  Los tonos grises del contorno de ojos y el pálido pintalabios contrastaban con la rojiza y enorme brecha que le provocó el golpe contra el volante. El impacto que se llevó el coche en la parte delantera no pareció pronosticar un resultado tan dramático. El hecho de no llevar abrochado el cinturón de seguridad y que  no tuviera airbag fue el detonante del trágico accidente. La mujer pereció a causa de un golpe seco. Fue el novio quien tuvo que encargarse de reconocer el cadáver; fue él mismo quien por última vez la vio como la había visto tantas noche anteriores: divina de la muerte.

Postre de la casa

Un postre de arañas,
de insectos que muerden…
como tus palabras,
que crees que no hieren
porque sonríes al hacerlo;
y yo, estúpido, consiento
que mi corazón cocine
cierto postre almibarado;
al final te vas y quedo solo,
con un café entre las mano
removiendo un sentido vetusto
mientras sé que no volverás.

Poema perdido

Cuando recibí tu última carta no podía ni imaginar lo que había significado para ti.

Me dices en letras que siempre fui el hombre de tu vida. No puedo creerlo. ¿Por eso siempre fuiste tan fría y distante conmigo? También escribes que mis labios siempre fueron tu único anhelo, un deseo no cumplido. ¿Por qué todo esto justo ahora? Tu escrito se ha convertido en un sin sentido, en un fuera de juego de un partido de fútbol entre dos corazones, el tuyo y el mío.

Ahora ya no estás para decirte lo que yo sentí todos esos años en los que compartimos letras, emociones, sabiduría. Te amé. Aquel poema que despuntó en clase estaba dedicado a ti. Fueron tus pupilas las que lo inspiraron. Quién me iba a decir a mí, que tú sentías algo parecido por este hombre perdido en versos. Ojalá hubieran sido tus besos los culpables de haberme desorientado, pero no fue así. ¡Callaste y callé! ¿Y ahora?  De nada me sirve esta misiva tuya que he recibido. Ahora no es más que papel mojado. Te has marchado, has huido. Lo nuestro siempre fue un poema perdido en mi corazón. Tú lo inspiraste.

De carne y hueso

Ahora no digas que no te acuerdas de mí, no me lo creo. Si es necesario, sacaré a relucir esas lágrimas que te mostraron mi ser más íntimo. No te hagas la dura, sabes que sigo siendo yo, aunque no quieras reconocerlo. No soy otro, aunque ahora, viendo cómo marchas por el horizonte, me hubiera gustado serlo. Ahora me arrepiento de ser humano, un verdadero estúpido que siente dolor y sabe que tardará mucho tiempo en curarse. ¡Adiós!, yo siempre estaré aquí,