Telaraña

No estoy muerta, o sí, ya no lo sé. Sus golpes nunca me hicieron daño, sus palabras sí: «cállate perra». La gente me solía decir que lo denunciara o terminaría visitando a esas otras mujeres, que durante el año, marcharon forzadas para no volver. No pude hacerlo, era incomprensible. El amor que sentía por él me tapó los ojos. Cuando me di cuenta de la realidad, ya fue demasiado tarde: fui una mariposa en una telaraña. No estoy viva, o sí, qué más da. Aquí no estoy sola y tengo libertad.

Maullando a la luna

«Nunca mires atrás, Gerardo», le solía decir su mujer. Ella se marchó para no regresar jamás. Él se había acostumbrado a la soledad, ya no le importaba reír solo. Llorar tampoco le ofuscaba. Sus lágrimas no eran más que diminutas gotas de sal. Le iba bien hacerlo de vez en cuando, sobre todo cuando la recordaba. Diez años sin ella, sin su olor. «Ya queda menos para volver a verte», decía todas las noches cada vez que sacaba la basura.

El gato, su único amigo, en esa ocasión no durmió junto a él. Se marchó de allí. Notó el frío entrando en la habitación del anciano, y prefirió maullar a la luna. Se acababa de dar cuenta de que se había quedado sólo y sin restos de pescado que masticar.

La voz

Es tu voz la que me convence de continuo que soy feliz. Es la encargada de calmar mi rabia, la furia. Me acomodo cuando escucho su principal melodía: «relájate». Entonces soy capaz de cerrar los ojos y sobar la paz. Estás conmigo, los dos solos, ningún problema más. Me susurras al oído esa balada que tanto me gusta y caigo dormido en tus brazos. Tocas mi pelo, convertido en un nido de caricias, eso sí que es felicidad.  Despierto y entonces me veo solo, pero aún logro escuchar tu voz. Me vale con eso.

Chupasangre

Primero ojeó a su víctima. Cuando se aseguró de que era la persona que buscaba, esperó a que la luz desapareciera. No le importó aguardar, era muy paciente. Ella se durmió, entonces el monstruo la acechó. Se acercó con sigilo hasta sus piernas. La mordió, bebió su sangre. Sólo fue una víctima más esa noche. El verano acababa de empezar.

Demasiado amor

—Antes de morir dijo que le dolía el pecho.
—¿Un posible infarto?
—No, quizá fue algo mucho más sencillo.
—¿Qué?
—Demasiado amor para un hombre tan menudo.

La huida

La miré con cierta tristeza. Armé todo ese valor que fui aparcando en las cunetas tras años y años de amor secreto; lo hice.

      —Te quiero.

 Sus ojos huyeron; su boca también. Fue una confesión que quedó eternamente en el vacío.

 

Sentimiento monocromo

Cuando el gris roza mi espalda, intentando hacerme el amor sin más alegría que los poros de mi cuerpo exhalando tu añoranza; y pensar que esos recuerdos de arcoíris fueron los causantes de un sentimiento monocromo.