Congelado

Me perdí en mitad de una montaña nevada. Me equivoqué de senda y el jodido GPS se quedó sin batería. Acabé cobijado, acurrucado, tras una enorme roca creyendo que allí estaría a salvo. Fue un error, el frío era el mismo en todo aquel maldito lugar.

Cuando a punto estuve de arrojar la toalla, de creer que mi cuerpo quedaría allí inerte para la eternidad, vi acercarse hasta mí un bulto grande y peludo. Ladró para llamar mi atención, entonces comprobé que se trataba de un San Bernardo de rescate. En su cuello colgaba un barril de esos que contiene licor de alta graduación,  para hacer entrar en calor a la gente perdida como yo.

Acaricié al perro para ganarme su confianza, le gustó. Le quité la barrica y cuando ya me veía quemando mi garganta con su contenido, me topé con una auténtica putada: el depósito se abría insertando monedas de euro. Yo no llevaba calderilla encima, tan sólo una puñetera tarjeta de crédito. ¡Me quedé jodidamente congelado! Para todo lo demás, Mastercard.

Demasiado amor

—Antes de morir dijo que le dolía el pecho.
—¿Un posible infarto?
—No, quizá fue algo mucho más sencillo.
—¿Qué?
—Demasiado amor para un hombre tan menudo.

La huida

La miré con cierta tristeza. Armé todo ese valor que fui aparcando en las cunetas tras años y años de amor secreto; lo hice.

      —Te quiero.

 Sus ojos huyeron; su boca también. Fue una confesión que quedó eternamente en el vacío.

 

Uñas de gel

Ayer te vi; tú a mí no porque suelo ser muy cristalino, pero eso no fue lo importante. Te miré de reojo, con mucho cuidado para no delatarme. No pude quedarme con tu cara, pero te imaginé por culpa de tu largo e insinuoso cabello negro que cubría tus orejas…todavía lo sigo haciendo. Perdura el agradable olor de ese perfume que escogiste de forma muy selecta, con un toque dulce, avainillado, con la única intención de cautivar a cualquiera que se cruzase con tu paso; soy un glotón y caí. Me pareciste una mujer muy coqueta, vestida con un bonito color oliva que dejaba bien visible tus morenas y largas piernas. Ocultabas tus pensamientos tras las oscuras gafas de sol; y después, tu lenta y relajada respiración, convertidas en un movimiento muy sensual, mientras cada suspiro empezaba con el vaivén de tus pechos para terminar en las puntas de las enormes uñas de gel que estaban preparadas para arañar. Fue justo ahí cuando me rajaste el corazón sin mediar palabra, porque en ese mismo instante te volví a imaginar; tal vez por eso lo hiciste, te cruzaste en mi pensamiento.

Sentimiento monocromo

Cuando el gris roza mi espalda, intentando hacerme el amor sin más alegría que los poros de mi cuerpo exhalando tu añoranza; y pensar que esos recuerdos de arcoíris fueron los causantes de un sentimiento monocromo.

El olor de la muerte

Fragmento extraído de «Pídeme no morir», de la colección Noir is Black, editada por Perica la literaria.
 
Sacó del bolsillo un paquete de tabaco, y ante la rara mirada del gordo, le ofreció un pitillo:
–¿Te apetece?
El hombre aceptó gustoso y con cierta simpatía respondió:
–De algo tendremos que morir.
Le resultó irónica la respuesta. Le dio lumbre, y después prendió su cigarro con una calada muy profunda. Exhaló el humo, y notó un ligero tufillo. No era la nicotina, era ese olor desagradable que desde hacía años atrás experimentaba antes de asesinar a alguien, porque para Falciatore, la muerte tenía un olor muy especial.

Versar en tu boca

Empecé un poema al que pronto se unieron tus versos. A partir de la segunda estrofa perdimos la métrica: la rima fue dictada por nuestras lenguas.

Rompeolas

Se desliza
como serpiente jugando,
mi lengua en tu miel;
placer, y quizá pecado
al sentir tus manos
erigiendo el faro del regocijo,
señalando la llegada,
con rumbo desorientado,
de una tormento húmeda;
y llueve, sólo llueve;
en tu boca, en la mía,
el deseo en forma de vapor,
mientras escuchamos juntos
la calma en la punta del rompeolas.