La nueva oportunidad

Todavía recuerdo aquella frase que me dijo mi difunto abuelo cuando yo era un niño: “La libertad es el fruto del diálogo entre personas coherentes. Para lograr la independencia usa a tu mejor aliada, la lengua.”.

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Lo intenté, pero de nada sirvieron las palabras. Mi madre no quiso ver que ya era demasiado mayor para llevar aquella absurda rebeca de color azul. Mi autonomía y el sentido del ridículo quedaron entredicho, por lo que tuvieron que esperar una nueva oportunidad.

Absurdas promesas

Dejo mis lágrimas por testigo de lo que siento; aún noto la humedad que han dejado sobre mis mejillas. No es que sea un hombre blando, es más bien el exceso de amor que supura mi corazón, y provoca que tus palabras sean mayor tormento.

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¿Recuerdas la última vez que me dijiste «te quiero»? Haz memoria, seguro que no das con la fecha, ni el momento. Te diré cuando fue; aquel día en el que sin apartar tus ojos de los míos, confirmaste ante Dios lo que siempre me habías jurado: «Sí, quiero». Y resultó ser una absurda promesa que con el tiempo se fue desvaneciendo. ¿Ahora lo recuerdas? Si lo has hecho y no has sentido la misma humedad que la mía en tus pómulos, entonces es que siempre has mentido.

Sediento

Agosto te pinta con cada uno de sus rayos de sol, necesitado de brisas marinas para calmar las calenturas de madrugada. Y mientras tanto, entre anhelo y suspiros, se desdibuja esa sensación de sentirse abandonado a tu propia suerte. La cretina canícula, en soledad, sólo exhibe en sueños la silueta de tus curvas; y al final, duele, porque a pesar de todo, todavía no he quemado las yemas de mis dedos en tu piel.

Engañada

Quedé embaucada por su mirada y lerda presa fui en sus manos. Quiso castigarme, y lo hizo cuando otras mujeres visitaron nuestra alcoba. Quiso reducirme, y lo consiguió cuando me menospreciaba de continuo. Me reinventé y creyó querer rescatarme, pero a eso ya no le di la mano. Me identifiqué como libre personaje y ahora vivo lo que nunca me había imaginado.

La última noche

Estephanie, en un principio sintió miedo al descubrir el secreto del joven Leroy, pero cuando miró directamente a los ojos del muchacho, se dio cuenta de que tras aquella apariencia inhumana, seguía siendo él, y eso la tranquilizó. En ese momento empezaba a comprender muchas de las cosas extrañas que le habían sucedido, pero no le dio mayor importancia. ¿Acaso ella no era un bicho raro a la que puteaban de vez en cuando en el instituto? Quizá fue eso lo que le hizo fijarse en Leroy. Siempre estuvo a su lado en momentos complicados y le enseñó otra manera diferente de ver la vida. Él intentó evitar relacionarse con ella, pero le fue complicado. Su cabeza le decía que lo mejor era olvidarse de Estephanie, pero él la anhelaba en todo momento. Tras largos siglos de inmortalidad, era la única mujer que lo había enamorado de verdad.

            —¿No te doy miedo?

            —¿Por qué debería temerte?

            —Porque soy un bicho, ya me has visto.

            —No, no es así. Simplemente eres Leroy, el chico rarito del que estoy enamorada.

            Se acercó hasta ella. La rodeó con sus brazos y puso su boca cerca del cuello.

            —¿No te asusta que pueda morderte y beber hasta la última gota de tu sangre?

            —Si tienes que hacerlo, adelante. Pero sé que no lo harás.

            —¿Cómo puedes estar tan segura de ello?

            —Mi corazón me lo dice.

      —Tu corazón no es más que un órgano repleto de arterias y plasma sanguíneo. ¡No puede saber de sentimientos!

            —¿Acaso tú no tienes?

     —Los vampiros, desde el mismo momento en que nos convertimos, dejamos de tenerlo. Sólo nos mueve nuestro instinto de supervivencia.

            Se apartó del cuello y la miró a sus ojos. En su mirada, un tanto extraña, se notaba su transformación.

            —Entonces, tú no me amas —dijo ella.

            —¡Qué sabrás tú!

            —Si no tienes corazón… —interrumpió ella.

            La volvió a rodear con los brazos. Acercó de nuevo sus labios y la besó.

            —Te amo demasiado, por eso creo que no está bien esto.

            —¿Por qué?

            —Este amor tan sólo puede provocarte daño.

          Se apartó de ella. Señaló hacia el cielo nocturno, la noche era crepuscular. La claridad daba brillo a los ojos de ambos muchachos.

            —¿Lo ves? Únicamente puedo ofrecerte esto, miles de noches, todas iguales. Ningún amanecer donde poder ver al sol dando vida a un nuevo día.

            Se acercó de nuevo a ella y tras un beso muy especial, le susurró al oído:

            —No quiero que sufras lo que a mí me han obligado a vivir.

       Utilizó un truco de hipnosis y la durmió. Borró aquel romance de su memoria para que no padeciera. Estephanie, a partir de ese momento,  echó en falta algo en su. Leroy se conformó con seguir viéndola todas las noches desde la distancia, con la agonía de saber que nunca, jamás, la podría volver a acariciar.

 

Sin fundamento

Después de la cena, observó los platos de los comensales  y no tuvo más remedio que darle la razón. El cocinero televisivo con más fundamento del país no se equivocó al recomendar la receta, pero ojalá se hubiera olvidado ese día del chiste: al padre de su prometida no le resultó gracioso imaginar la última botella que su hija abriría en esa fiesta.

Romance verde

El frutero amaba a la verdulera. Quería poner el plátano entre los melones, pero ella no le dejó. A ella nunca le gustaron las rarezas, era una mujer de costumbres.

Telaraña

No estoy muerta, o sí, ya no lo sé. Sus golpes nunca me hicieron daño, sus palabras sí: «cállate perra». La gente me solía decir que lo denunciara o terminaría visitando a esas otras mujeres, que durante el año, marcharon forzadas para no volver. No pude hacerlo, era incomprensible. El amor que sentía por él me tapó los ojos. Cuando me di cuenta de la realidad, ya fue demasiado tarde: fui una mariposa en una telaraña. No estoy viva, o sí, qué más da. Aquí no estoy sola y tengo libertad.

Pantallazo azul

Me equivoqué en su día al programar el contenido binario de mi corazón. Creía estar seguro de que funcionaría a la perfección y, compilé el código fuente para poner en marcha la bomba de amar. Creí que no daría ningún tipo de error, por lo que me despreocupé de los ficheros programables y los perdí por algún rincón de mi cabeza.

Y ahora, fallo tras fallo, puedo comprobar que por no haber hecho las cosas bien en su momento, veo que mi corazón no es como hubiera querido. Autónomo y precavido, no reacciona ante estímulos externos. No soporta la multitarea sentimental, por lo que se colapsa con facilidad. Quisiera corregirlo, depurarlo y mejorarlo, pero a estas alturas y tras la dejadez por mi parte, tan sólo tengo una opción cuando la cosa no funciona del todo bien: le doy al botón reset y la cosa empieza de nuevo a la perfección, a la espera de un posible y nuevo pantallazo azul.