Desidia

 

Mambrú, sentado en el suelo polvoriento, con la cabeza entre las rodillas, escuchó el estruendo de varios motores de vehículos pesados. Al cabo de unos segundos, sintió cómo se paraban frente a él. Por un momento se detuvo el ruido. Él no miró, pero supuso que el sonido de unas botas arrastradas por la arena, se dirigían hacia su posición. Entre el silencio y la inestable calma del Sáhara, llegó a su nariz un agradable olor.

—Hola —escuchó la dulce voz de una mujer. Al final, se atrevió a mirarla. Era joven, pelirroja, con una sonrisa inacabable; al zagal le gustó, pero no pudo reír. Demasiada pólvora y sangre habían marcado sus párpados.

—¿Te apetece comer? ¿Quieres agua? —preguntó ella; vestía un peto blanco con una cruz roja bordada.

Mambrú negó con la cabeza. Después, se encogió de hombros.

—¿Por qué no quieres alimentarte? —inquirió de nuevo la joven preocupada.

Hubo un rato de silencio. Después, el niño, se abalanzó sobre los brazos de la pelirroja y, sollozando, le respondió: «Ni la comida ni el agua quitan el miedo». El calor del abrazo se tornó infinito, hasta que un profundo suspiro le hizo sentirse saciado de verdad.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *