Absurdas promesas

Dejo mis lágrimas por testigo de lo que siento; aún noto la humedad que han dejado sobre mis mejillas. No es que sea un hombre blando, es más bien el exceso de amor que supura mi corazón, y provoca que tus palabras sean mayor tormento.

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¿Recuerdas la última vez que me dijiste «te quiero»? Haz memoria, seguro que no das con la fecha, ni el momento. Te diré cuando fue; aquel día en el que sin apartar tus ojos de los míos, confirmaste ante Dios lo que siempre me habías jurado: «Sí, quiero». Y resultó ser una absurda promesa que con el tiempo se fue desvaneciendo. ¿Ahora lo recuerdas? Si lo has hecho y no has sentido la misma humedad que la mía en tus pómulos, entonces es que siempre has mentido.

Tu musaraña

Durante tus noches de angustia siempre fui un esbozo de tu apasionada caligrafía. Me convertiste en tu musa, era fascinante verme rodeado de tantos versos. Luego, al amanecer, cuando tus ojos abandonaban la nocturnidad a la que estabas sometida, me apeabas de ese ensueño convirtiéndome en una peligrosa araña. Reconócelo, no es mi veneno lo que te da miedo: es mi amor por ti.
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Tú eres mi patria

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Provengo de ti. Todavía recuerdo esas excursiones por tu cuerpo, un sendero regado por mis besos buscando la felicidad en forma de lujuria. Añoro el calor de tus ojos convertido en sol, mirándome a la vez que mis jadeos te pedían la mano. Mi risa, tonta, reclamaba a voces tu compañía. Tú lo hacías después de asegurarte de que me encontraba perdido, de que mis suplicas por acariciar tu piel eran sinceras; y tanto que lo eran, por eso me permitiste pasar, regalándome todos tus sentidos: tu olor, tu tacto… tantos recuerdos para poder elegir y me quedé con lo que más me provoca deseos húmedos, tu sabor. Eres mi patria, mujer, y tengo ganas de regresar a ti.

Navegar sin rumbo

En tu cuerpo me gusta navegar sin rumbo, buscar esa línea que divide lo mortal de lo divino; poder traspasarla y saber que eres eterna, o por lo menos, averiguar que el intento ha merecido la pena.

 

Rosas

La joven, dolida, le preguntó a su abuela por el amor.

–¿Por qué algo tan bonito puede causar tanto daño?

La anciana, con su gesto dulce, acarició a la nieta e intentó consolarla.

–Las rosas, a pesar de su precioso color y agradable perfume, también tienen espinas; no es lo mismo ser florista que jardinero.

La chica sonrió.

Hojalata

Siempre fuiste un sueño en blanco y negro; el sonido a hojalata de un corazón que se parte en dos en una estación con destino al olvido.

Sediento

Agosto te pinta con cada uno de sus rayos de sol, necesitado de brisas marinas para calmar las calenturas de madrugada. Y mientras tanto, entre anhelo y suspiros, se desdibuja esa sensación de sentirse abandonado a tu propia suerte. La cretina canícula, en soledad, sólo exhibe en sueños la silueta de tus curvas; y al final, duele, porque a pesar de todo, todavía no he quemado las yemas de mis dedos en tu piel.

Pescando la vida

Tras varios días de intentos, al final logré pescar mi primer pez: «¿Y ahora qué?», le pregunté a mi abuelo; «Ahora devuélvelo al agua…», respondió sonriendo a la vez que cortaba el sedal. Tardé mucho tiempo en comprender aquella tontería.